No les voy a decir mentiras: sólo lo hice para ganarme los afectos de mi suegro. Estábamos ahí, de pie, triturando castañas asadas con los molares a pocos metros de la formidable basílica donde casi 100 años atrás se casó Franco. El sol de nuestro último día en la ciudad se derretía y, en su lugar, la espesa noche asturiana, pesadilla recurrente de cualquier moro, ocupaba todas las esquinas del cielo. “Venga ¿qué libro me tengo que leer para conocer mejor a Oviedo?” dije resuelto, jugando mi última baza de yerno, un nada ortodoxo halago literario que confiaba sabría apreciar. “Ese sería ‘La Regenta’” respondió con los graves sísmicos de su voz. Diez minutos después, salí aturdido de La Casa del Libro más cercana con un bloque macizo de mil páginas bajo el brazo, un arma contundente en toda regla.
A raíz de las secuelas que a mi yo de once años le dejó el Quijote, y el guayabo fresco de una reciente ingesta del enrevesado Lazarillo de Tormes que no he digerido aún (pero que mi novia resumió magistralmente en “un niño que siempre tiene hambre y todos le pegan”), relegué a La Regenta al rincón más inaccesible de mi biblioteca, injusta víctima de mi arsenal de traumas literarios. Hasta más de un año después, cuando en una buena mañana de pandemia, y a punto de elegir mi nueva lectura, ella me diría “Creo que ya es hora de que leas La Regenta”, y créanme que no existe fuerza motriz más poderosa que el café tostado de sus pupilas. Desempolvé el ladrillo y le puse mi mejor separador de páginas, estaba listo para lidiar a la bestia.
La aventura fue exquisita. Aunque casi desconocida en Colombia, “La Regenta” es considerada (y con toda razón) la mejor novela española del Siglo XIX. Esto, sorpresivamente, pues su escandaloso argumento gira en torno a Ana Ozores, la esposa del regente de Vetusta, y su lucha interna por dominar los embates de su corazón que le hacen dudar del amor hacia su marido. La monotonía y un matrimonio sin convicción son el caldo de cultivo idóneo para que las insinuaciones de algunos hombres siembren dudas irreversibles en su alma. Todo ante la morbosa mirada de la hipócrita crema y nata vetustense.
Pero Ana Ozores no fue la única dama polémica de su época pues, curiosamente, La Regenta (1884) es la tercera pata del trípode de novelas disruptivas sobre amores prohibidos de mujeres casadas con hombres poderosos que, junto con Anna Karenina (1877) y Madame Bovary (1856), consiguieron la inmortalidad contraviniendo el sistema establecido, quebrantando las normas sociales de su tiempo y haciendo sonrojar a los sectores más conservadores de España, Rusia y Francia. Ellas son las tres grandes señoras de Europa. Una trilogía de obras atemporales que defienden una misma consigna: la más que justa búsqueda de la mujer por sentirse amada. Y, de entre ellas, La Regenta, la deliciosa prosa que redimió mi amor por la literatura clásica española y la resucitó cuando había perdido la fe. Gracias, suegro.