El teléfono timbró muy a las 7 en punto de la mañana aquel domingo. Traté de ignorarlo con todas las fuerzas de mi pereza, pero fue imposible. Mientras me levantaba a buscarlo maldecía por dentro el haber elegido un tono lo suficientemente irritante que lograra despertarme cada mañana. Contesté por inercia con los ojos cerrados y al otro lado de la línea una mujer con un tono bastante jovial me felicitaba por haberme ganado un cupo de 5 millones de pesos para viajes gracias al uso constante de mis tarjetas de crédito.
Con suficiente cordura en medio del sueño que me embargaba le hice algunas preguntas sobre la identidad de su compañía, cómo funcionaba la promoción y otras curiosidades técnicas para intentar descubrir el engaño, pero a todo respondió muy diligentemente, sin manifestar ni el más mínimo atisbo de duda. Entonces hice la pregunta que faltaba: “¿Quién te dio mis datos?”. “Su banco (Inserte nombre), ellos nos pasan un reporte cada tanto”. Entonces entendí de primera mano lo vulnerable que es la información de los colombianos y lo expuestos que estamos al tráfico de bases de datos. Una amenaza que se veía tan lejana, tan europea, tan sofisticada, me despertaba ese día.
Todo empezó a encajar en su lugar a partir de la respuesta que ella me dio. Las múltiples llamadas ofreciendo seguros para catástrofes impensadas, créditos pre-aprobados que nunca se han solicitado, planes de teléfono de otros operadores distintos al mío, suscripciones a revistas solo se leen en la fila del supermercado, cada uno de esos segundos gastados durante meses parecen tener ya un origen bastante claro.
Simplemente haciendo un rápido balance de la gran cantidad de ocasiones que en nuestra cotidianidad nos vemos obligados a dejar consignados de alguna manera nuestro nombre, teléfono, correo electrónico, huellas digitales, fotografías y demás datos sensibles, podemos medianamente entender la magnitud del riesgo al que nos enfrentamos y las posibilidades que se abren a criminales e impertinentes call centers que tratan vendernos lo que no necesitamos.
La regulación de protección de datos en Colombia ha dado pasos importantes y cada vez busca consolidarse como un régimen cercado por estrictas reglas de control que propenden por la protección de la identidad y privacidad de todos nosotros. Aun así, hace falta un compromiso real de los responsables frente a la regulación actual y las obligaciones que se desprenden del tratamiento de esta información. Son ellos los únicos que pueden asegurar el triunfo de los consumidores por medio de su efectivo acatamiento.
Los datos personales se han emergido como el último bien preciado que la tecnología ha creado, convirtiéndose en moneda de cambio de grandes compañías, unas recolectando sutilmente y las otras comprando tras bastidores. Comerciar con bases de datos es lo nuevo del mercado negro de la información y frente a ello la Superintendencia de Industria y Comercio tiene la titánica labor de blindarnos para no ser víctimas de esta práctica.
Por lo que a mí respecta, tengo una llamada pendiente con mi banco.