Vi en Netflix la película “Los Reyes del Mundo” y me dejó un sabor tan amargo y una tristeza y desasosiego sobre Colombia que no me he podido sacudir.
¿Es acaso que las décadas de conflicto y guerra fratricida convirtieron a mi bella patria en un país inviable, donde la violencia tiene tal arraigo que es difícil pensar en volver a tener alguna semblanza de vivir en paz?
La película trata de cinco jóvenes, Ra, Culebrero, Sere, Winny y Nano, habitantes de las calles de Medellín; solos, como se dice en el argot de la calle, “sin dolientes”. Su única familia es esa amistad que se da cuando no hay nadie, ni nada, que sirva de apoyo o de hogar. Viven de lo que pueden robar, son un clan que se defiende con machete, cuchillo o pura labia. Sobreviven de milagro. No son nada especial, tristemente, como ellos hay miles en Colombia.
Sabemos que Nano puede tener 13 años y Ra, el mayor, ya cumplió los 18 y es, a todas luces, el único heredero de unas tierras que pertenecieron a su abuela, desplazada por la violencia y ya muerta. Sabemos que la Nación acaba de informar a Ra, por carta, que hay un fallo a su favor y que él debe atravesar medio país para ir reclamar lo que heredó de la abuela.
La tenencia de la tierra es sin duda la espina que ha causado la gangrena más putrefacta de Colombia. Son miles los desplazados violentamente de sus tierras que rondan el país. Muchos dejaron a sus muertos, sus pertenecías y gran parte de sus vidas en las tierras que les arrebataron a bala las guerrillas, los paramilitares u otros, de tantos criminales poderosos.
No hay gobierno que no haya prometido el retorno de esas tierras, la legitimación de los títulos de propiedad de los desarraigados; pero ninguno, óigase bien, ninguno, ha logrado hacerlo. Un puñado de familias han conseguido que se les restituyan sus terrenos, pero ha sido doloroso y muy peligroso.
Ver el sufrimiento de estos cinco jóvenes, empeñados en recuperar las tierras que le fueron arrebatadas a la abuela, es presenciar un viaje por una bruma espesa de odio, violencia y abandono que se le pega a uno en el alma.
Su drama es la realidad que se vive a diario en esa Colombia que perdió su rumbo hace décadas, que se corrompió hasta la médula, donde la vida no vale nada.
Es la Colombia de los “territorios”, donde el gobierno no llega, y, si llega es poco lo que puede hacer contra los verdaderos dueños de país, los que controlan la tierra, los narcotraficantes, los mineros ilegales, los dueños de los caminos por donde se mueven las drogas, el contrabando, el tráfico de personas y los dólares; los billones producidos por los criminales, verdaderos dueños del país.
No en vano Gustavo Petro ha limitado la erradicación de los sembrados de coca. A más coca sembrada, más dólares entran, de una u otra manera, en la economía “paralela” colombiana, que todos saben que existe, pero pocos mencionan.
Laura Ortega, directora de esta valiosa cinta, ha puesto el dedo en la llaga. Felicitaciones por su acertada y valerosa visión. Éxito en los Óscar, se lo merece, su obra conmueve.