“La política, interna y exterior, es una especie de gimnasia”
En un par de meses se celebrarán en Japón los XXXII Juegos Olímpicos. Como cada cuatro años, deportistas de muy diversas disciplinas se darán cita para disputar la presea que reconoce tanto su habilidad como sus esfuerzos, la calidad de su desempeño y la perfección de sus ejecuciones.
A veces parece que en el escenario internacional algunos actores compiten en malabares dignos de una competencia olímpica. En ocasiones, apuestan por una especie de gimnasia estratégica para alcanzar lo que desean. Puede ocurrir también que, por fuerza de las circunstancias y muy a pesar suyo -de su falta de voluntad, de su escasa preparación, de sus limitados recursos- acaben obligados a hacer complicadas contorsiones. E incluso sucede que, sobreestimando su propia habilidad y a despecho de la evidente dificultad del ejercicio que intentan, se arriesguen más allá de toda razón y prudencia, a riesgo de sufrir graves lesiones. No sin frecuencia, el malabarismo es la única alternativa disponible. La política, en efecto, tanto la interna como la exterior, es una especie de gimnasia.
Basta un vistazo rápido a lo que está pasando en el mundo para encontrar numerosos ejemplos.
Malabares los de Putin, para conservar el poder en Rusia. Malabares los del gobierno de Pedro Sánchez en España -del que ahora son parte los mismos podemitas que en su momento asesoraron a Hugo Chávez y ponderaron, debidamente pagos, su experimento- para abordar el tema de Maduro, como lo demuestra el reciente episodio protagonizado por uno de sus ministros y Delcy Rodríguez, a contrapelo de las sanciones establecidas por la propia Unión Europea al régimen de Miraflores. Malabares los que tendrá que hacer Josep Borrell al frente de la diplomacia de Bruselas, para ejercer su oficio en una Europa que, no sólo en el ámbito de su acción exterior, marcha a múltiples velocidades. Malabares los que tendría que hacer que hacer el gobierno legítimo, pero inefectivo, de Juan Guaidó para satisfacer el requerimiento de Colombia de extraditar a la congresista prófuga que goza ahora del amparo, ilegítimo pero efectivo, de Maduro.
Malabares los que tendría que hacer la “comunidad internacional” -lo que quiera que ella sea para el caso- a la hora de hacer realidad el plan adoptado en la Conferencia de Berlín para resolver la situación en Libia, según la resolución recientemente aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -eso sí, ¡cómo no!-, con la abstención de Rusia. Malabares, seguramente, los del régimen de China para sortear el desafío del coronavirus y sus implicaciones económicas y políticas -un Chernóbil en potencia según algunos analistas-. Malabares los que tendrá que hacer Boris Johnson, con todo y su mayoría parlamentaria, para completar el divorcio de Europa y afrontar sus eventuales consecuencias, Escocia e Irlanda del Norte incluidas.
Malabares los del Partido Demócrata en Estados Unidos, para encontrar un candidato que, con alguna perspectiva de éxito, haga frente a Donald Trump -campeón indiscutido del malabarismo- en las elecciones del próximo noviembre. Malabares los de la política alemana tras lo ocurrido en Turingia, para preservar el “centrismo” que desde la posguerra ha sido el parapeto, la salvaguarda de sus instituciones. Malabares los de Nayib Bukele en el Congreso de El Salvador, con su puesta en escena y su sentida plegaria, y respetando sin compartir (¡así lo ha dicho!) el dictamen de la Corte Suprema de ese país -otro malabar, cuando ya todo es un hecho cumplido- que lo conmina a abstenerse “de hacer uso de la Fuerza Armada en actividades contrarias a los fines constitucionales establecidos y poner en riesgo la forma de Gobierno republicano, representativo y democrático”. Malabares los de Evo Morales, que busca la fórmula para regresar al juego político en Bolivia.
Acaso siempre ha sido así, y la política es más que malabarismo y juegos malabares. El terreno en el que los líderes políticos despliegan el arte de manejar conceptos para deslumbrar al ciudadano. Un espectáculo de ejercicios de agilidad o destreza en el que lanzan y recogen diversos objetos o los mantienen, haciendo piruetas, en un equilibrio inestable. A costa, muchas veces, de sí mismos, y del interés y el destino de sus propias naciones.