“Transparencia en política fiscal es un activo”
El Plan de Desarrollo autorizó una figura a primera vista ingeniosa y novedosa: el Gobierno podrá pagar con la sola emisión de TES, es decir con títulos de deuda pública, obligaciones antiguas a su cargo. Antes lo podía hacer también, pero solo con apropiaciones presupuestales destinadas a financiar deudas que a su turno debían identificarse y reconocerse. Todo lo cual contaba para calcular el monto del déficit.
Únicamente se podían matar culebras viejas en la medida en que fueran apareciendo en el presupuesto nacional partidas para cancelar deudas públicas reconocidas. Y como siempre había afugias presupuestales, las apropiaciones que aparecían en los presupuestos eran insuficientes para cancelar las deudas. Y por ello éstas se han ido acumulando
Desde el punto de vista financiero, la nueva operación luce inmensamente atractiva: en vez de tener que pagar intereses a menudo moratorios del 30% y más, el Estado pasa a pagar solo los intereses de los TES, 6% u 8%. La economía para las cuentas públicas es inmensa.
Esta figura en teoría le permite al Estado cancelar con TES la abultada deuda impagada que se ha ido acumulando en el tiempo por conceptos tales como sentencias judiciales, deudas de las EPS para con las entidades prestadoras de salud, pensiones atrasadas, etc.
Solo hay un problema sin resolver y bastante grave: la emisión de TES así manejada no entra en el presupuesto como financiación del déficit, ni se toma en cuenta para el cálculo de la meta de la regla fiscal. Pero acrece el endeudamiento público.
O sea, se convierte en un artilugio para financiar más gasto público. Pero sin que ello altere las cuentas de la regla fiscal. Dicho en buen romance: por un lado, va la deuda y por otro diferente las metas de la regla fiscal.
Ello explica por qué últimamente la deuda pública como proporción del PIB aumentó del 33% al 50% y sin embargo las metas de la regla fiscal se han venido cumpliendo rigurosamente: simplemente porque ni el aumento de la deuda que se genera con la emisión de nuevos TES ni los pasivos que con estos papeles se cancelan se están contabilizando como déficit. Olvidando así la regla de oro de la contabilidad pública según la cual todo gasto que se financia con endeudamiento representa más déficit.
Así las cosas, el concepto de “déficit fiscal” -que tan importante ha sido siempre en los análisis fiscales y en el cálculo de la famosa regla fiscal- ha dejado de tener significación. Se ha vuelto de plastilina. Cualquier pasivo viejo puede cancelarse con vales nuevos. Y no cuenta para el cálculo del déficit fiscal. El mejor de los mundos y el apogeo de la contabilidad creativa.
El reconocer pasivos que se cancelan con TES es hoy en día una operación que nada tiene que ver contablemente con el cálculo del déficit público. Hay una masa enorme de pasivos que se viene cancelando a discreción con nuevas emisiones de TES. Nada de lo cual está contando para calcular el déficit fiscal.
Por decirlo de otra manera: hay actualmente dos contabilidades: la que registra el incremento de TES y la disminución de los pasivos públicos que así se logra al matar viejas culebras con vales nuevos, y la contabilidad tradicional (la que ordena la Constitución Nacional por lo demás), según la cual la cancelación de la deuda pública reconocida solo puede hacerse mediante apropiaciones que aparezcan en el presupuesto nacional.
Esto fue lo que motivó la semana pasada al académico Marc Hofstetter que venía actuando como asesor del comité de la regla fiscal a presentar renuncia de su cargo.
Según este distinguido académico actualmente “la política fiscal es menos transparente…y el Gobierno, agrega, se metió en la tarea de cambiar la forma en que se contaba algunas cosas que antes sería una parte del déficit y ahora no. Por eso ya no sabemos qué significa el déficit fiscal” (La República, 27 de febrero).
Su renuncia es grave y amerita una respuesta pronta del Ministro de Hacienda. La transparencia de la política fiscal es uno de los activos más importantes con que cuenta toda sociedad. Se cree en las cifras porque se las supone transparentes y fidedignas. Cuando esa creencia se evapora todo puede suceder: hasta creer que con las emisiones de TES se ha encontrado un providencial “ábrete sésamo” que permite aumentar indoloramente el gasto público sin incrementar el déficit. Y no hay tal.