Mauricio Botero Montoya | El Nuevo Siglo
Lunes, 16 de Marzo de 2015

La complejidad colombiana

 

Supera a la de un país desarrollado. Su indeterminación se agrava por las capas temporales que la recorren, por la modernidad del Tablet con la recolección en mula.  La fusión de lo pre urbano con lo internacional. Para la muestra hay políticos citadinos que por respeto al medio ambiente andan en cicla, y los pre urbanos que se ufanan de beber café sobre el caballo.

Subsisten dinastías regionales cuya fuente de poder es el origen familiar, mientras los provincianos de méritos emigran a las ciudades. Y dejan el saqueo de algunos departamentos a esa rémora.  Colombia el país de mayor número de ciudades en proporción a su territorio,  se dejó gobernar por un caudillo rural al inicio del siglo xxi. Como anomalía hemisférica todavía sufre un conflicto armado interior que un sector pretendió ignorar. Y al decretar su inexistencia, no logró superarlo. No podía logarlo por más que llamaran al otro caudillo, Hugo Chávez, para que les sirviera de mediador con la insurgencia. Se les hizo el hombre acertado. Perpetuaron en el Senado otra forma dinástica como la del nefasto Pablo Escobar, o la de alguna descendiente presidencial que en vano disimula su deficiente formación montándose en el grito como un cojo sobre un caballo.  En la modernidad la verdad no grita. Modernidad que en este caso se nutre del exterior para imponer un orden, una racionalidad, un mínimo ético,  que no logró darle al país la endogamia gobernante.  En ese contexto se entiende la apertura, los TlC, el intento de ser aceptados en la OCDE. Frente a esto en el Congreso no falta la senadora que cabalmente replica a ideólogos neonazis. Y eso también es complejo. Las fallas institucionales de la administración de justicia en las que un pleito civil tarda veinte años o más, se ven mitigadas, por ejemplo, con el fallo de 2010, contra la reelección caudillista indefinida. En contraste con Venezuela, Bolivia, Ecuador, cuyos presidentes como el de Colombia, fueron aupados por capitales que llegaron a la región huyendo de las dificultades de ese decenio en EE.UU. Y sobre esa ola de auge en los precios de las materias primas, se atornillaron a la Presidencia. Pero no aquí. Colombia a diferencia de Venezuela era virreinato, no capitanía.

En la mayoría de los países suramericanos se ha optado por enfrentarse a Washington, y liquidar a las formas dinásticas por la fuerza de los votos y si no es suficiente, a la brava.  Nosotros, país de centro y pleno de matices, optamos por una vía intermedia. Incluso la experiencia de guerra interior nos vacunó frente a la agravación del conflicto social. La capital del país es el laboratorio de un nuevo sector que antes estuvo en las guerrillas y ahora desde la alcaldía prepara a sus cuadros para gobernar. En ella también como en la boli burguesía venezolana, subsisten ansias dinásticas. Confirmando que el revolucionario suele ser un funcionario público en potencia. Lo cierto es que Bogotá lleva más de un decenio en manos distintas a las de los políticos usuales. Y los poseedores de los medios poco se preocupan en desentrañar el motivo, les basta con tratar esa realidad política, por lo penal. Y si no ha sido óptimo administrador, lo que él representa sigue sin responderse. Al parecer, Colombia no será una pica en Flandes en el costado de los vecinos que no siguen a EE.UU. No será una suerte de Israel en guerra perpetua, como lo pretendieron algunos en la era de Bush. Será aliado no incondicional de Washington, mantendrá relaciones con regímenes distintos al suyo. La diplomacia se creó justo para eso y no solo para tratar con los amigos. En cuanto a la complejidad solo queda  tratarla con modestia.