Cuando el planeta se enfrenta a una de las mayores crisis de salud pública de la historia y requiere respuestas globales solidarias para enfrentarla, se evidencia al mismo tiempo un angustioso vacío de liderazgo mundial en ese sentido, que intentan llenar, en lo que les es posible, el Papa Francisco y algunos dirigentes como la canciller Ángela Merkel.
A las mentiras del régimen chino y la dificultad de varios organismos internacionales para captar la dimensión de la pandemia, se ha añadido la irracional respuesta del presidente de los Estados Unidos ante la emergencia. Este no solamente ha hecho que su país abandone la defensa de principios humanitarios universales, sino que ha generado un clima de desconfianza entre naciones e instituciones que deberían estar trabajando juntas, lo que resulta obviamente contraproducente en estas circunstancias, si se piensa, claro, en términos de interés de la humanidad.
Pero no es sólo eso, Trump está destruyendo el ideario democrático y del Estado de derecho en una nación que había sido admirada y respetada precisamente por representar esos valores. Con su errática actitud está despertando tenebrosos fantasmas dentro y fuera de su país, y enviando mensajes tóxicos, que no se limitan a su irresponsable promoción de medicamentos sin soporte científico probado.
Apenas hace unos días amenazó con desconocer el Congreso y ha llegado incluso a instigar la desobediencia de la población frente a las medidas de restricción necesarias para enfrentar el virus, buscando forzar a los gobernadores que no atienden sus insensatas directrices y pretendiendo cubrir con estos gestos su propia incompetencia.
Su motivación no es la libertad, que sinuosamente invoca en sus tuits, ni la salvaguarda del comercio gravemente afectado, como tampoco la difícil situación en que puedan encontrarse muchos habitantes por el aislamiento, sino la movilización de sus bases partidistas en la perspectiva de la campaña de reelección. Poco importa que con ello se ponga en riesgo a miles de personas, incluidos sus propios seguidores. En su cabeza al fin y al cabo los muertos serán “sólo 60.000, y no 250.000 como me anunciaron”. ¡Cínica contabilidad que lo único que muestra es un profundo desprecio por la vida!
Similar estrategia, mezclada con un peligroso discurso religioso, utiliza Bolsonaro en Brasil, donde también se suman, entre los asistentes a las locas manifestaciones que se convocan en estos días, una variopinta gama de fanáticos armados, anti vacunas y supremacistas, lo que permite presagiar que la siguiente pandemia que se podría propagar es la del odio y el autoritarismo; cuestión que por supuesto parece tener sin cuidado a los seguidores del señor Trump. Estos deberían por lo menos escuchar a Barak Obama, quien recuerda que “el buen Gobierno importa”, “los hechos y la ciencia importan”, “el Estado de Derecho importa”, “tener líderes informados, honestos y que buscan unir a la gente en lugar de separarla, importa”.
Cuánto le serviría al mundo que los estadounidenses atendieran dicho mensaje y rechazaran lo que Obama describe como la política “de la corrupción, la indiferencia, el interés propio, la desinformación, la ignorancia y la pura mezquindad”.
@wzcsg