La publicación del libro póstumo de Alfredo Molano, “Cartas a Antonia”, me ha hecho reflexionar sobre las cosas maravillosas que probablemente cada uno tiene para contar de lo que ha hecho durante esta larga pandemia. Yo quiero contar la mía.
Mi nieta, que también se llama Antonia, vive fuera de Bogotá. Y hemos establecido la costumbre, religiosamente cumplida todos los días del encerramiento, de hablarnos quince o veinte minutos por teléfono. Al comienzo las charlas eran un poco monótonas y repetitivas. Hasta que un buen día se nos ocurrió que yo le leería dos o tres capítulos del “Quijote” en cada conversación y ella tomaría nota de las palabras del español del siglo XVI -el de Cervantes- que no entendiera, y que haría resúmenes de las aventuras del caballero de la Triste Figura y de Sancho Panza a medida que fuéramos avanzando en la lectura. Ya vamos terminando la primera parte del libro y la experiencia ha sido formidable. Espero terminar de leerle el libro completo antes de que finalice el confinamiento.
El ejercicio de abuelazgo a larga distancia ha sido inolvidable tanto para la nieta como para mí. Para ella, pues ha podido adentrarse en las bellezas de nuestra lengua y saborearlas con naturalidad. Cada día de lectura va acompaña de una pequeña información que procuro darle sobre los contextos históricos de los diversos capítulos: Lepanto; la lucha por el mediterráneo en los tiempos de Felipe II que fueron también los de Cervantes y de los cuales nos dejó un testimonio soberbio Fernando Braudel; la expulsión de los moros de España; la Santa Hermandad y la inquisición; América ante los ojos del español del siglo XVI, de lo que hay tantos testimonios en el Quijote como aquel del cautivo que se encuentra en la venta con el oidor, su hermano, que iba camino a tomar posesión en la audiencia de Méjico.
Nos hemos apoyado con mi nieta en otros materiales, como, por ejemplo, aquel que terminó siendo el libro póstumo de Belisario Betancur titulado: “Canoa. Cervantes y Don Quijote en las Indias” (dejo al cuidado de la curiosidad del lector que quiera averiguarlo porqué Belisario tituló “Canoa” este encantador libro), en el que recopiló doce espléndidas conferencias que a lo largo de los años pronunció en diversos foros cervantinos o en congresos de la lengua española.
El departamento de cine de la universidad nacional presentó también por estos días un bien logrado largometraje sobre Don Quijote en Bogotá.
Las enseñanzas del Quijote siempre guardan actualidad y destilan sabiduría. Como el consejo que el caballero de la Triste Figura le da a su escudero (ahora que vivimos en una época de atosigamiento de leyes y decretos) cuando Sancho se disponía a tomar posesión como gobernador de la ínsula Barataria:
“No hagas muchas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas y, sobre todo, que se guarden y cumplan. Que las pragmáticas que no se guardan, lo mismo es que si no lo fuesen: antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas, no tuvo valor para hacer que se guardasen”.
Esta experiencia de la pandemia deja muchas enseñanzas; pero la principal de ellas es que el Quijote es y seguirá siendo una novela para todas las épocas y para todas las edades.
Y, claro, queda flotando en la imaginación la pregunta que también se hace Belisario en una de sus conferencias: ¿Qué habría pasado si a Cervantes no le hubieran negado -como le negaron- el oficio en América que solicitó tan ahincadamente? ¿Se habría escrito el Quijote de todas maneras? ¿O el trópico se habría tragado la imaginación del príncipe de las letras castellanas y su obra maestra nunca habría visto la luz? Un enigma que afortunadamente ya lo resolvieron los más de cuatro siglos de andadura del Quijote por la geografía en que nos cupo la fortuna vivir a quienes hablamos la hermosa lengua del caballero de la Triste Figura.