MONS. LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Octubre de 2011

A propósito de la Carta del 91 (XVI)

Memorable  el 15 de mayo de 1823 cuando se pronunció ante el Congreso de la República un discurso que duró tres horas, de veinte páginas tamaño oficio, escritas a mano, con vibrante voz, por el precursor, Antonio Nariño, en su defensa, frente a suspicaces acusaciones.
Cabe hacer una síntesis de esa memorable página, de esas necesarias para silenciar voces insidiosas y calumniosas cargadas de ingratitud. Se acusaba al egregio patriota por fraude al Tesoro de Diezmos, por “falta de valor” al entregarle al gobierno español en Pasto en 1814, y por ausencia de más de tres años del país, encarcelado, lo cual se le cuestionaba su elección ante el Senado. De esta histórica intervención, en la cual desbarató más que satisfactoriamente el pliego de acusaciones y le mereciera reconocimiento a su siempre transparente, desinteresado y patriótico actuar, se ha dicho que “por su garganta fluyó el verbo elocuente de la lógica y del silogismo, y la apabullante dicción de sus verdades” (C.f. Antonio Cacua Prada. Yo soy Nariño Cap. VIII).
Emocionante, de verdad, el párrafo del comienzo del discurso, cuando, un hombre mermado en su físico por las cárceles y las enfermedades, expresaba ante amigos y ante acusadores: “No comenzaré a satisfacer estos cargos implorando vuestra clemencia y la compasión que naturalmente reclama todo hombre desgraciado; no señores, me degradaría si después de haber pasado toda mi vida trabajando para que se viera entre nosotros establecido el imperio de las leyes, viniera ahora, al final de mi carrera, a solicitar que se violasen a mi favor. Justicia serena y recta es la que imploro en el momento en el que se va a abrir a los ojos del mundo el primer cuerpo de la Nación y el primer juicio que se presenta. Que el hacha de la ley descargue sobre mi cabeza si he faltado alguna vez a los deberes de un hombre de bien a lo que debo a esta Patria querida”. Así se habla cuando hay honestidad y grandeza.
Explica luego Nariño su pulcra y desinteresada administración de dinero de causas comunes y advierte que buen caudal económico tendría si no se hubiera lanzado, atrevidamente, a la causa de la independencia. Con citas de actas que se levantaron en Popayán al hacer memoria de su campaña en el Sur en base de la consolidación de libertad en la Gran Colombia, en donde se recuerdan sus sacrificios, su dedicación valerosa al conducir las tropas y el solo ánimo que lo inspiraba como era el amor a la Patria. Fueron las circunstancias y búsqueda de nuevas oportunidades de servicio las que lo llevaron a osado desafío de la ira popular, y no pequeños intereses como con torpeza refinada se quiere acusar. Ante esas vilezas brotan frases de inmenso dolor del prócer al verse así calificado, por hechos que sólo merecían admiración y reverencia. De la acusación de “ausencia del país”, estando en él espiritualmente presente cargado de cadenas por esa misma Patria, era evidente la respuesta de glorioso mérito, que le merecía sitial de honor en el Congreso y no el puesto de acusado.
Con la seguridad de su propia inocencia, y de que habría sobre él un juicio justo de parte del Congreso, concluye así su defensa: “Hoy, señores, hoy va a saber cada ciudadano lo que debe esperar para la seguridad de su honor, de sus bienes, de sus personas, hoy va a tener toda la República lo que debe esperar de vosotros para su gloria”. Callaron los labios del insigne y maltratado prócer, y, enseguida “amigos y enemigos, se pusieron de pie, rompieron el silencia sepulcral que había inspirado, y batiendo pañuelos lo vitorearon fervorosamente, llegando la emoción hasta las lágrimas”. (Cacua, obra citada) (Continuará).