Monseñor Libardo Ramírez Gómez* | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Marzo de 2015

“Es algo que atrae la misericordia de Dios”

Cuaresma

Enmienda y reconciliación

La  plena paz de los espíritus llega cuando hay enmienda de errores y pecados. Sin ella queda el germen de nuevas desviaciones, de amargura íntima, de ausencia de reconciliación con uno mismo y con los semejantes. Desde la antigüedad se han visto manifestados cambios profundos en la vida de los pueblos cuando surge la voz convincente de un profeta, y las gentes, con sapiente reflexión van optando por la enmienda y corregir sus extravíos. Ejemplo imitable el de los habitantes de Nínive, al reconocer sus grandes fallas y humildemente haber pedido perdón y hecho penitencia. Es algo que atrae la misericordia de Dios, a quien conmueve “un corazón contrito y humillado” (Sal. 51, 19), y que ante la actitud de arrepentimiento de los ninivitas “se arrepintió del castigo que había anunciado” (Jon. 3,10).

 Un llamado a esa decidida enmienda y valerosa rectificación es la Cuaresma, tiempo establecido en el Cristianismo desde sus primeras épocas a imitación del propio Jesucristo quien,  antes de iniciar su misión, que es de paz y reconciliación para la humanidad, da testimonio de cuarenta días de oración y penitencia (Marc. 1, 12-13); Luc. 4,1-13). Fue el mismo Redentor quien, libre de pecado, cumple expiación de penitencia por los pecados del mundo, y se fortalece en lo humano para vencer tentaciones. Es  ejemplo de cómo dominar el mal por caminos de enmienda que son los que abren paso a reconciliación y a verdadera paz,  con Dios y con los hombres.     

Ya en  sus tiempos, el Papa S. Silvestre (314-335) lleva por caminos de conversión al emperador Constantino, a quien bautizó, y propuso a él y a los convertidos al Cristianismo los primeros vestigios de iniciación de prácticas cuaresmales en Roma. En la época de S. León Magno (440-461), ya estabilizada fecha de la Pascua se fija la de la Cuaresma como preparación a ella. Ya este gran Pontífice señalaba su debida celebración como un “retiro colectivo de cuarenta días mediante el cual la Iglesia proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo... se prepara a la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación y una práctica perfecta de la vida cristiana”.

A nadie se obliga a ser cristiano, pero, una vez conocida la realidad de Cristo Jesús, y de su sapiente y salvífico mensaje, cuando nos entregamos a Él nos sentimos impulsados a pregonar esas verdades, escuchar su llamado a la conversión sincera y encaminarnos a la salvación como única preocupación de verdadera importancia, sí queremos un día el triunfo final. Queremos tener a nuestro lado millares de personas purificadas por su enmienda y rectificación de sus pasos errados, encauzándolas por caminos serenos y fructíferos de armonía y de paz. De los desórdenes y desenfrenos en la vida solo queda el vacío de algo que se esfuma y deja consecuencias negativas, del orden y sobriedad y rectitud a que lleva una Cuaresma bien vivida queda paz y serena alegría.

Es de destacar que desde profetas de la antigüedad como Isaías (50,1-9) se “grita a plena voz, y sin cesar”, que es preciso, y permanentemente, declarar la guerra al pecado y al crimen, y propiciar toda clase de obras buenas, en especial hacia los más necesitados. Ese sí es el camino que señalan otros de los profetas  como senda de reconciliación con Dios “rico en piedad”, y a quien una enmienda sincera hace “que se arrepienta de sus amenazas”, hechas ante la maldad y pecado (Joel 2, 12-14).                 

Es indispensable que cada año tomemos en su debida dimensión cuanto nos exige la Cuaresma, y, a escala personal y comunitaria hagamos el esfuerzo por una vivencia de ella a plenitud, con la transparencia que  en todo nuestro actuar reclama Jesucristo. Es camino certero de definitiva enmienda y exultante reconciliación. Este sí es camino a esa “estabilidad en el bien” como se ha definido la paz.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tibunal Ecco. Nal.