Las manifestaciones que se han extendido por el mundo contra el racismo luego de la muerte de George Floyd, junto a las declaraciones y gestos de varios líderes como Boris Johnson o Justin Trudeau, reflejan una censura global a lo que ha sucedido en los Estados Unidos, sin perjuicio de que se reconozca también que dicho fenómeno no es exclusivo de ese país, y que superarlo es un reto compartido por numerosas naciones del mundo.
Al mismo tiempo, las críticas generadas por la pretensión del presidente Trump de utilizar el ejército para enfrentar las protestas, algunas marcadas por un claro cinismo, como es el caso de China en tiempos de conmemoración de Tiananmén, permiten ver que no son pocos los que se encuentran preocupados por la deriva autocrática que pareciera evidenciarse con ese tipo de actitudes, así como con la amenaza a los principios básicos de la democracia y del Estado de derecho resultantes de los ataques incesantes a la prensa libre, y ahora a las redes sociales, el intento de captura o de neutralización del poder judicial, la eliminación de controles y auditorías internas, o el propósito de expansión arbitraria de los límites de las atribuciones presidenciales y de sus inmunidades.
A tal punto ha llegado la situación, que el candidato Joe Biden ha señalado que en las próximas elecciones se libra una batalla por el alma de los Estados Unidos y sus principios esenciales; afirmación que no puede dejar indiferente a cualquiera que reivindique los valores democráticos.
Lo que resulta claro es que aun en caso de victoria del señor Trump, la cual no es posible descartar por supuesto, eso no significaría que racismo y autoritarismo pudieran entenderse validados, ni que el modelo que algunos creen encontrar en sus estrategias de choque pudiera adquirir legitimidad.
En ese sentido, no hay que llamarse a engaños. La respuesta aparentemente errática de Trump, presentada como una mezcla de temperamento volátil, falta de empatía y de incapacidad para jugar el rol esperado de símbolo de unidad, corresponde en realidad a una calculada estrategia para vivificar sus bases electorales a partir de un discurso que exacerba la división de la sociedad por razones raciales, por lo que no cesará de reiterarse bajo diversas formas.
En estos últimos episodios se trataba de caldear los ánimos, agravar las tensiones, para luego presentarse como salvador de la situación, enfrentando el desorden y la violencia ante el clamor de los afectados que exigen el restablecimiento de la ley y el orden, en desarrollo de una táctica muchas veces conocida en la historia. Sólo que esta vez la manera casi caricaturesca de aplicarla, con escenario despejado a la fuerza y foto con la biblia como estandarte, parece haber sido demasiado evidente, sin olvidar la reacción de varios responsables del sector defensa poco dispuestos a jugar el infame papel contra las libertades que se les anunciaba, en una muestra de que existen reservas de sentido común y responsabilidad en muchos de ellos, y que las instituciones sometidas a constante apremio, aún resisten. Esperemos que lo sigan haciendo y que los ciudadanos norteamericanos puedan y sepan elegir en noviembre. @wzcsg