“No me acuerdo del favor” | El Nuevo Siglo
Sábado, 11 de Marzo de 2017

La conducta de los seres humanos entre sí está sometida a todo tipo de interpretaciones sobre las cuales son expertos los sicólogos y en fin, todos los que se interesan por la manera de actuar de las personas ya sea colectiva o individualmente.  Son conocidos o por lo menos de uso, ciertos códigos que marcan las buenas o las malas maneras de las persona entre sí o entre los grupos a los cuales se asocian.  Desde tiempos inmemoriales nuestros antepasados se dieron normas de comportamiento que pretendían a través de la observancia de las mismas, hacer la vida amable y llevadera, o por el contrario la inobservancia de ellas hacerla difícil.  Se siguen dando nuestros contemporáneos las manifestaciones de agradecimiento y complacencia cuando los códigos no son transgredidos y también las de rechazo, desagrado, fastidio o enojo cuando esas normas de conducta no son observadas.

Las  autarquías, que eran el poder de uno o varios ciudadanos sobre otros, le dio el paso a la participación del pueblo en el manejo de las cosas que le incumben a través de la democracia. La revolución francesa inició el agotamiento de las formas de gobierno autárquicas como las monarquías; aunque siguen existiendo hoy bajo el esquema democrático como pueden ser calificadas las de España y Gran Bretaña, entre otros países. Es una forma de rendir tributo a pasados históricos valiosos.

Por esencia,  los gobernantes elegidos bajo el régimen democrático son temporales y de períodos fijos. Observemos a nuestros vecinos Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y otros los cuales bajo la enseña de la democracia permiten que sus gobernantes permanezcan indefinidamente en el poder. Si se permite opinar, el proceso de la permanencia de un gobernante elegido por un período fijo pasa por unas etapas absolutamente inexorables. Pasado el momento de su consagración en las urnas toma posesión ante quienes se haya designado para tomar el juramento de fidelidad a las leyes; comienza entonces su afianzamiento en el poder. 

Entre nosotros, el poder del Presidente casi que se puede equilibrar al de un monarca, por lo menos en las primeras etapas de su Gobierno, cuando tiene  poderes para distribuir partes del poder que tiene entre sus amigos y participantes políticos que lo  hacen parecido a un monarca. No es que pueda disponer a su arbitrio de todas las cosas puestas a su cuidado,  pero sí dispone de un poder que si no es omnímodo, así lo creen y exigen o se lo hacen creer sus amigos.

Pero como esos poderes para su ejercicio están reglados para un período fijo, cuando éste está llegando a su fin, buena parte de aquellos que celebraron su advenimiento, ya obtuvieron el favorecimiento que querían y no es mucho lo que pueden esperar finalizando el mandato. Se tratan entonces de acomodar lo mejor posible ante las alternativas de cambio que ofrece la democracia.  De ahí que los últimos días de un Presidente en ejercicio no son pródigos en manifestaciones de amistad, sino más bien para que se venga a la cabeza: “no me acuerdo que favor le hecho para que se exprese así.”