Se ha vuelto un lugar común a la hora de hablar de política internacional: el mundo transita (otra vez, y acaso porque no puede ser de otra manera) hacia una nueva era de rivalidad entre las grandes potencias. Puede que, de hecho, ya haya cruzado ese umbral. Eso explica el recurso frecuente a las comparaciones y las analogías con otros momentos de la historia que tuvieron ese rasgo distintivo.
Hay que ser cuidadosos. Por un lado, puede que la historia siempre haya tenido la impronta de tales rivalidades, lo cual no implica negar ni menospreciar las “otras historias” que han discurrido al margen de ellas. Por el otro, toda comparación tiene sus límites y toda analogía puede ser tan reveladora como engañosa. Nadie se baña dos veces en el mismo río, y el de la historia tiene, por definición, un curso y un caudal cambiantes.
Además, es evidente que en los acontecimientos actuales hay mucho más que la rivalidad entre las grandes potencias (cualesquiera que sean). En lo que está ocurriendo tiene una relevancia cada vez mayor la intervención de otros actores. Se dirá que, en todo caso, esa relevancia es limitada. Pero tampoco está claro que las grandes potencias y su rivalidad tengan la última palabra, que sólo ellas basten para definir la trama y decidir el desenlace. La historia, a fin de cuentas, no está hecha de puntos finales. Lo que hay son puntos seguidos. Y, sobre todo, puntos y comas.
Esos puntos y comas los están poniendo Estados como Turquía, que jugó un papel cardinal para destrabar el bloqueo de la exportación de granos provocada por la guerra en Ucrania, y que a estas alturas sigue teniendo la llave para abrir la puerta de la Otan a Suecia. O los países bálticos: con decisiones individuales, como la de Estonia, que días atrás anunció un paquete de ayuda militar a Ucrania equivalente a algo más del 1 % de su PIB; o impulsando iniciativas colectivas, como el “Compromiso de Tallin”, suscrito el pasado jueves en esa ciudad por 8 naciones, y en virtud del cual intensificarán su apoyo material a Ucrania “en su heroica resistencia contra la ilegal y no provocada agresión rusa”. O como Bulgaria -el miembro más pobre de la Unión Europea-, que discretamente sirvió de salvavidas a Kiev durante los primeros meses del conflicto. En sentido opuesto, Hungría sigue trabando el desembolso de nuevos recursos del Mecanismo Europeo de Paz destinados a oxigenar la defensa ucraniana (y ese no es el único obstáculo que ha puesto Budapest a Bruselas).
Son algunos ejemplos. En otros lugares, y en otras cuestiones principales de la agenda internacional, las cosas no las están definiendo los sospechosos usuales —algunos de los cuales, incluso, se echan en falta, reaccionan tardíamente, o tienen que aceptar transacciones incómodas. Lugares y cuestiones en que las grandes potencias están lejos de tener la última palabra, ni pueden poner a su gusto el punto final. Lugares y cuestiones en que, a lo sumo, añaden uno de tantos puntos y comas. Eso sí, en negrilla.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales