Volvió a ocurrir, ha ocurrido 271 veces este año. 271 es el número de feminicidios que se han cometido en Colombia durante el 2024; es el número de veces que algún hombre se sintió dueño de alguna mujer y dispuso de su vida hasta causar su muerte. La cuenta la lleva el Observatorio Colombiano de Feminicidios y la fecha de corte es abril, no incluye los recientes asesinatos de Natalia y Stefanny, acuchilladas por sus parejas, ni de la pequeña Celeste a quien su padrastro abusó y destrozó a golpes hace pocos días.
Esa manía de controlar y de poseer mata; y en especial mata a las mujeres. Empieza de formas sutiles, ‘péinese’, ‘vístase así’, ‘¿con quién va a salir?’, ‘¿por qué anda mirando a ese tipo?’; y termina en la dominación absoluta, ‘se queda aquí, usted no tiene nada que andar haciendo por la calle’, ‘si no es para mí, usted no es para nadie’. El machismo mata.
Bajo la premisa, muy arraigada en la cultura, de que los hombres son dueños y señores de ‘sus mujeres’, muchas son despojadas de toda autonomía y subjetividad, dejan de ser sujetos y son convertidas en objetos a disposición de los hombres. Mucho antes de apretar el gatillo, clavar el puñal o asestar el golpe final, los feminicidas han aniquilado a sus parejas como personas y las han convertido en cosas; artículos que pueden usarse y después desecharse, enseres que pueden comprarse y venderse, y que pueden destruirse al antojo de quien los posee.
No somos de nadie. Ningún ser humano lo es y, ciertamente, las mujeres no les pertenecen a sus parejas. Cada quien es dueño absoluto de su cuerpo y de las decisiones que toma respecto a él. Con quién estar, cómo vestirse, cómo peinarse y con quién tener sexo; tener o no tener hijos y cuántos tener; tatuarse, o no, perforarse y colgarse accesorios, o no, son todas elecciones personales que materializan el ejercicio de la soberanía del cuerpo y de los derechos sexuales y reproductivos. Sí, el cuerpo también es político.
Decidir sobre el propio cuerpo es la expresión más primaria de la autonomía de los sujetos, hombres y mujeres, y tiene que ser lo primero que se aprenda y que se enseñe, en la casa y en el colegio. En la otra cara de la moneda, aprender a respetar la subjetividad de los otros y, sobre todo, de las otras es una tarea urgente, nada sencilla. Implica desbaratar estereotipos de género construidos históricamente y reproducidos cotidianamente; e implica desarrollar posturas críticas frente a un mercado que impone, que homogeniza y que vuelve objeto de consumo todo lo que toca, incluso a las personas y especialmente a las mujeres.
El machismo cabalga entre la tradición ancestral y patriarcal, y el consumo desenfrenado en la era digital. Está más presente que nunca y sus consecuencias las padecen los más jóvenes, sin importar su identidad de género. El machismo mata a las mujeres y nos destruye a todos como sociedad.
@tatianaduplat