Páginas de olvido | El Nuevo Siglo
Lunes, 15 de Abril de 2024

Como miles o millones de personas adeptas, encargué un ejemplar de En agosto nos vemos, la novela póstuma de don Gabriel García Márquez. Otras tantas irían a las librerías para hacerse con la historia de esta mujer que, desafiando la sentencia del Nobel, "uno viene al mundo con sus polvos contados", decide ir a aquella isla y pescar un hombre cada mes de agosto, mientras lleva flores a su madre fallecida. (Algunos impulsos no parten de decisiones).

Bien, pero no la voy a contar. La cuenta mejor el Gabo dubitante que la escribió y el editor que buceó para entregarnos la mejor versión posible. El caso es que me llegó el libro, el prometido 6 de marzo y detuve toda actividad, como si me hubiera llegado un sobre de Hacienda. Me entregué a la lectura, no sin prejuicios y recelos. Al llegar al final de la página 106 y al inicio de la siguiente leí: "Su mayor ansiedad, sin embargo, no eran las dudas / ginas del libro la ignominia del billete de veinte dólares..." ¡Qué! Otra vez: "Su mayor ansiedad, sin embargo, no eran las dudas / ginas del libro la ignominia del billete de veinte dólares...". Llevé la vista abajo y vi el número 111. Saqué la calculadora de dedos y la cuenta me dio cuatro. ¡Cuatro páginas, le faltan cuatro páginas! Busqué hacia adelante por si había más accidentes como ese y no. Ya eran suficientes como inaceptables. Mi siguiente pregunta fue: ¿será que todo el tiraje salió mal? De ser así, se va a armar una grande. Como sabía que un gran amigo esperaba su libro, elevé cuita interna para preguntarle si lo tenía completo. No sólo lo tenía íntegro, sino que ya lo había terminado. Le pedí entonces que me enviara fotos de las cuatro páginas de olvido para poder terminar la lectura.

Puse queja por email, por intraweb y por teléfono al remitente, algo así como por agua, tierra y aire. A los dos días vinieron a recoger el libro fallido. Entonces escuché la voz, esa que todos tenemos, y me dijo: "oiga, ¿y si ese ejemplar es único y dentro de poco o dentro de mucho va ser pieza de colección y puede venderse a precios obscenos?". No la escuché. No sirvo para esa clase de esperas ni esperanzas. El mensajero timbró, le abrí y se lo llevó. Al par de jornadas regresó el mismo emisario. Le pedí esperar. Abrí el libro y comprobé que estaban las cuatro páginas. También revisé el resto como una máquina que cuenta billetes y hasta donde los ojos dieron, todo estaba correcto. ¿Usted lee novelas? le pregunté al tipo, con la intención de regalársela. No, dijo con naturalidad. Nos despedimos. (Algunas intenciones no llegan a decisiones).

Fui a la biblioteca y metí En agosto nos vemos en la sección correspondiente, sin olerlo siquiera, con todas sus páginas, o no. Extraña sensación. Ya lo tenía, pero era otro libro, sólo una posesión, un ejemplar que tal vez no leeré, aunque leída está la novela. Tal vez por curiosidad o por ausencia de recuerdo, (¡oh Gabito extraviado!) algún día remoto vuelva a abrirlo y al llegar –si llego– a la página 106, ya no sepa que a aquel ejemplar le faltaron la 107, la 108, la 109 y la 110. Tal vez habré olvidado que pudiera haber sido una joya para la venta. Tal vez no recordaré que el autor expresó su deseo de destruir el manuscrito, aunque él tampoco llegó a consumarlo. (Algunas intenciones se nutren de impulsos y otros son los que deciden). Páginas de olvido.

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