La supo hacer el pueblo peruano y el pueblo argentino al fin. No más tiranía, no más gobierno de la izquierda, con esas palabras concluyeron que los desgobiernos de la izquierda no hacen otras cosas que desolar y despreciar a sus naciones ciegas. Asimismo, los otros países deberían salir simultanea o al menos paralelamente de sus febriles y tenues realidades sociales y políticas.
Está claro que Argentina lleva demasiado tiempo en una situación que ya no tiene prácticamente solución. Perú en cambio, no ha tenido un gobierno estable y duradero, ninguno lo ha logrado en los últimos años, pero, tampoco ningún líder se ha podido perpetuar en el poder. Ya no fue ni Ollanta Humala ni Pedro Castillo, exponentes de la izquierda del siglo XXI, los que hundirían al país suramericano en el exilio del desgobierno y la anarquía del comunismo. Perú es un caso bastante interesante entonces, y en el que se puede ver una democracia bastante particular y sólida, a pesar de, tener un enorme peso en el legislativo. Perú ha tenido 4 presidentes en 6 años, una cifra que lo dice todo.
La nueva presidenta del Perú, Dina Boluarte, se convierte en la primera mujer en ocupar el máximo cargo y en ser la sexta persona en ocupar este cargo. Mientras tanto, Castillo que planeaba astuta pero erróneamente darle fin al Congreso, disolviendo el Parlamento y creando un eventual gobierno de facto o como lo llamaron, “de excepción”.
Acusado de rebelión, Castillo y sus secuaces, inclusive algunos del temible Sendero Luminoso, no lograron salirse con la suya. Castillo en manos de la Policía y de la Fiscalía, ahora no podrá volver a la política, o al menos, eso es lo que se esperaría. Perú tiene una constitución sólida que evoca lo siguiente: La presidencia de la República queda vacante por “permanente incapacidad moral o física, declarada por el Congreso”. Al parecer en Perú, lo que hay es un mal heredado de “Gonzalo Pizarro”, que al sublevarse de la Corona española y autoproclamarse como “Rey del Perú” retando al Emperador Carlos V. Pizarro terminó capturado y decapitado, y su cabeza expuesta a perpetuidad en la Plaza Mayor de Lima en una jaula de hierro, para escarmentar a los rebeldes contra la Corona.
Argentina, bastante lejos de esa realidad de la política peruana, ha logrado algo histórico al condenar a Cristina Fernández al fin. El 6 de diciembre se le dictó sentencia por corrupción en sus dos gobiernos. Fernández teme de repetir la misma historia de Carlos Menem, ex presidente también, quien murió condenado por tráfico de armas. El peronismo tiene una herida de muerte y ojalá sea su fin, pues la Argentina esta tan devastada que hasta pena da, habiendo sido el país más sobresaliente de la región, otrora.
Colombia, en cambio, se encuentra en un proceso similar al previo al de los otros dos países del cono sur. Con un gobierno ya bastante cuestionado y con cada vez mayor desapruebo, existe una alerta inminente, a la que Gustavo Petro debería darle más atención, antes que empezar con un discurso de defensa al ya condenado Castillo, como ya lo hizo.
Colombia se empieza a sentir engañada por su presidente, las instituciones al igual, sienten temor e incertidumbre, aunque ya la situación es mejor en ese sentido, se mantiene una gran incertidumbre sobre los planes a mediano plazo de este nuevo gobierno.
Sin embargo, Colombia tiene una ventaja temporal, pues puede ver con detenimiento los frescos ejemplos de los gobiernos de izquierda que con todo el descaro intentaron engañar a sus pueblos. Tanto el mandatario como los ciudadanos han escuchado ya el nuevo grito de Independencia que han dado las naciones, ahora liberadas y rescatadas del desgobierno y abuso de poder de los fantasmas de Marx en la no tan joven América.
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