

A la historia se le define como la habilidad de pensar en el pasado y hacer uso de las lecciones que nos ha dejado éste, para tomar las decisiones del presente y así planear el futuro.
Los colombianos somos demasiado inmediatistas y no valoramos la historia del país, ni las enseñanzas y experiencias que nos ha dejado las pretéritas civilizaciones.
La prueba más reciente fue la elección del actual presidente, que había dado muestras de ser un pésimo líder y administrador cuando manejó la Alcaldía de Bogotá. En el Congreso le fue bien haciendo oposición, que es lo que le gusta. Lamentablemente, su fuerte tendencia a ideologizar todo y su desconocimiento de la historia, lo han hecho pasar como el peor presidente que hayamos tenido. No dio la talla de estadista, su mirada es la de un político populista e inmediatista y sicológicamente dependiente de las redes.
Cuando los países no viven sino del presente y rehúyen hasta de su pasado más próximo, repiten inexorablemente los mismos ciclos, cayendo incluso en promesas oportunistas, que llevan a la pobreza del pueblo.
Las sociedades globalizadas de hoy han creado nuevos órdenes donde no se aplica la historia, regidos por la tecnología, sus avances científicos y la economía, lo que es loable e importante. Esta es considerada como fútil o engañosa, no se reflexionan ni las causas o consecuencias de ciertos procederes. Se es inmune al acervo de conocimientos y experiencias que podrían ser útiles para orientarlas. Sin embargo, las grandes naciones se construyen con sabias decisiones, basadas en la historia.
El aprendizaje de esta materia da la posibilidad de conocer los aciertos o desaciertos cometidos por otros en situaciones parecidas, en sociedades que han vivido conflictos y guerras. Su conocimiento brinda el tomar decisiones informadas y certeras.
Algunos recuerdan la famosa frase que se le endilga a Emiliano Zapata en la revolución mejicana, cuando dijo a tropas: “Si no conocemos la historia estaremos obligados a repetirla”. El reflexionar sobre el pasado nos permite identificar los patrones que han sido destructivos en las sociedades, como las discriminaciones, desigualdades y inequidades ya sea por religión raza u otras. Observemos las guerras actuales, Ucrania, Medio Oriente, Colombia. En estos conflictos se desconoció la historia del expansionismo, los conflictos milenarios de ciertos pueblos y las injusticias sociales heredadas y no solucionadas.
Se cree que la libertad es un valor universal, esta es más bien una planta que florece en algunos lugares y en ciertos tiempos y depende del uso que le damos. Lo que sí es universal es el poder, que es el dominio que se enmarca en las sociedades y se convierte en un valor para el hombre. Sin embargo, la religión y la espiritualidad han transformado las más profundas motivaciones que nos ha dejado la historia, y han producido cambios relevantes en las sociedades.
Tucídides decía que Atenas había colapsado por decisiones individuales y arrogantes, sin haber mirado el pasado. Es cierto que la historia tiene imponderables, eventos catastróficos que no podemos prever, por eso el verdadero líder ve en el futuro los problemas y las posibles decisiones a corto y largo término. Lo que define a los líderes es la previsión.
En tiempo de crisis los líderes deben emerger y distinguir claramente. El estadista mira sus principios y tiene como brújula la moral y la habilidad para construir consensos, más una clara visión de sí mismo. Toma decisiones aprendidas del pasado para actuar sabiamente.
El siglo 20 y el nuevo milenio han sido los siglos del fracaso, por no haber evitado el mayor derramamiento de sangre, al no haber identificado los factores pasados de los conflictos, ni haber apreciado los rasgos y procederes de las generaciones que los manejaron. No se evitaron los patrones destructivos del odio y la discriminación y no se previnieron las atrocidades.
Ojalá, que lo que estamos viviendo sea un ejemplo que nos lleve a un futuro de estudio y reflexión de lo que nos antecedido.