En pocas semanas comenzará la negociación del salario mínimo. Los términos de referencia usuales para esta negociación están alterados. En primer lugar, como consecuencia de los estragos de la pandemia las cifras de productividad no nos dirán gran cosa. Sus indicadores con la pandemia no son un parámetro confiable. En segundo lugar, las cifras de la inflación causada en el año anterior -que es la pauta que señalaron las sentencias de la corte constitucional- tampoco dirán gran cosa. Ya sabemos que la inflación con que cerrará el 2021 será ligeramente superior a las metas señaladas por el Banco de la República, probablemente en los niveles del 4,5%- 5%. Pero las perspectivas de precios para el 2022 son las más inquietantes.
En el escenario internacional tampoco están claros los términos de referencia que puedan consultarse. Los Estados Unidos acaban de anunciar que su inflación interanual (octubre 2020- octubre 2021) fue del 6,1%, la más alta de los últimos 30 años. En Colombia se registra una inflación interanual para el mismo periodo del 4,54%. El mundo está viviendo una época que parece ser la entrada a grandes avenidas inflacionarias como lo sugieren los precios de los combustibles que están disparados; las restricciones en las cadenas de suministros; los fletes del comercio internacional que alcanzan cotas nunca vistas; los precios de materias primas y de alimentos están disparados; y los bancos centrales asustados con la inflación están cerrando presurosos las ventanillas de emisión que abrieron de par en par para contrarrestar la recesión.
Y como si lo anterior fuera poco, hasta la academia se ha encargado de lanzar mensajes desorientadores. Como el de uno de los ganadores del premio nobel de economía de este año que sostuvo que las alzas en el salario mínimo no tienen una relación directa con el nivel de empleo.
Más que el dogmatismo tendrá que prevalecer el pragmatismo en la fijación del mínimo del mínimo para el 2022. De un lado, se adivinan fuerzas rotundas de inflación como lo testimonian las dos alzas de las tasas que ha decretado la junta del Banco de la República. Muestra que entre los directores de nuestro banco emisor empieza a cundir un explicable nerviosismo con la inflación. Que naturalmente exacerbaría un alza inmoderada en el mínimo para el 2022.
La economía está recuperándose muy bien de las tribulaciones pandémicas. Así lo demuestra las cifras de crecimiento del tercer trimestre con el excelente guarismo de 13,2%. No se necesita entonces una inyección de alto incremento del mínimo para reactivar la economía. Como tampoco resulta válida la excusa de que los días sin IVA se necesitan para reanimar el comercio; que ya se ha reactivado sin necesidad de ese costoso embeleco de los días sin IVA.
De otro lado, el año para el cual va a regir el nuevo salario mínimo va a ser tiempo electoral. Un ajuste desmesurado en el mínimo daría una especie de luz verde a los mensajes populistas que se escuchan cada vez con mayores diapasones por estos días. Pero claro, un ajuste demasiado tenue del mínimo podría exacerbar los rescoldos de los paros y de las protestas ciudadanas que siguen a flor de piel. Cosa que el gobierno tratará de evitar.
Mi pronóstico: no habrá acuerdo en la comisión tripartita y el nuevo salario mínimo lo terminará fijando el gobierno por decreto. Pienso que las voces que han recomendado un salario mínimo diferencial por regiones no serán tampoco escuchadas; y que el ajuste estará entre 5,5% y 6,5%.