Cuando Petro entró a la Alcaldía de Bogotá hizo quitar una pintura de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la ciudad que adornaba un salón que llevaba su nombre, y la sustituyó por una de Simón Bolívar. Actuó por el síndrome racial contra la conquista y lo que sonara a hispánico. Claro que para alguien no nacido aquí el respeto por el fundador de la ciudad que tenemos los bogotanos, no existe.
Más recientemente, Pedro Sánchez, presidente de España, ordenó sacar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos y llevarlo a otro cementerio madrileño e intentó hacer lo propio con el cuerpo de José Antonio Primo de Rivera -creador de La Falange- y prometió derribar la enorme cruz que domina el bello conjunto, donde hay enterrados más republicanos que franquistas. Sánchez nació en 1972, tres años antes de la muerte de Franco, pero anhela una república española como la de Largo Caballero que acabó en abril de 1939, hace más de ochenta años.
La muerte en Minneapolis de George Floyd desató en los Estados Unidos y en otras partes un movimiento “antirracista” bajo la consigna de “black lives matter” -que en realidad fue fundado en 2013-, justificado porque subsisten rastros racistas en ese país pero que ha sido trasladado a otras partes por los “antifas” (por “antifascistas”) de izquierda, que ya llevan varios años organizando protestas allá.
En tales, los antirracistas han mostrado su personalidad racista al atacar lo que denominan símbolos de la esclavitud, que incluyen a Jesucristo quien, según los Evangelios sanó a la hija de una siriofenicia y al criado de un centurión romano que no eran judíos. San Pablo habla de la igualdad entre esclavos -que eran una institución de la época- y los libres (carta a Filemón). La emprendieron también contra Isabel la Católica y Colón, ignorando que la corona española -más no la inglesa- dictó normas muy estrictas para evitar la esclavitud de los indios. San fray Junípero Serra (1713-1784), misionero español en California cuando a esa zona no habían llegado negros, ha sido otra víctima.
Atacaron, como era de suponer, las banderas, los símbolos sureños y las estatuas de quienes participaron en la guerra civil. En contexto, el primer barco negrero llegó a Estados Unidos en 1619 y el último en 1860, cuando había unos 4 millones de esclavos. La esclavitud fue abolida en 1863 por Abraham Lincoln y en 1865 se aprobó la 13ª enmienda a la Constitución prohibiéndola.
La furia iconoclasta racista-antirracista ha alcanzado, entre otros, a Gandhi porque vivió en África, a Churchill, a J.K. Rowling -la autora de Harry Potter- y películas como “Lo que el viento se llevó”, la fábrica de miel para pankakes Aunt Jemima porque usaba la imagen de una linda negrita, a la cerveza mexicana Colonial, a Chocolates La Casa que desde 1850 fabrica y tiene como símbolo un chocolate negro.
Oí el otro día a un comentarista negro en la TV americana que decía que él no era “afro-americano” porque había nacido en los Estados Unidos y no conocía a África y agregaba que los problemas de los negros en su país, aunque hubiera casos de discriminación, se debían a los propios negros: la mayoría de los negros que son asesinados lo son por otros negros.
Una vez en la universidad un estudiante me preguntó por qué se decía trata de blancas y no trata de negras. “Por la misma razón por la que se dice mercado negro y no mercado blanco”, le respondí. A buen entendedor, pocas palabras.