RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Septiembre de 2013

Pese a todo, mucha fe

 

No  obstante que hace ya un par de siglos se venía anunciando el ocaso de las religiones, y aún hoy hay pregoneros de esa idea, la realidad es totalmente distinta. Lo que sí ha habido es un fraccionamiento de las grandes corrientes espirituales, tanto en Occidente como en Oriente. Pero la inquietud del alma, por llamarlo de alguna manera, sigue tan viva en el ser humano, en la especie, como en sus primeros tiempos. Corrijo: quizá hoy esa sed espiritual se ha hecho mucho más agobiante por la confusión que domina el ambiente, por la incertidumbre que marca actualmente todos los campos de la vida y por la pérdida del sentido de la vida que está carcomiendo  a multitudes enteras.

No quisiera pecar de un optimismo cándido, pero por momentos me parece percibir que las personas individualmente y la sociedad en su conjunto, han empezado a dar un giro en busca de la luz del sol “que nace de lo alto”. De este cambio de rumbo hay muchos vestigios, aparentemente desconectados, pero claramente encaminados al mismo oasis que podría ser Dios mismo o la vida espiritual o al menos la fuente de sentido. Como en las búsquedas de los arqueólogos, hay señales en el terreno que nos confirman ese giro. Hoy se habla con inusitada frecuencia, además de Dios, de su Hijo y del Espíritu, de los ángeles, de las energías, de la relajación mental, de la paz interior y de muchas otras cosas parecidas que no hacen sino sugerir que hay un ser en busca de sus propias profundidades y quizás de honduras más allá de sí mismo. El común de la gente, la mayoría, tiene fe y sabe de su poder e importancia.

El mundo actual, un poco esquizofrénico, ha dejado en evidencia la fragilidad y lo efímero de todo lo que es puramente humano, aun de las más altas creaciones de la genialidad de los hombres y las mujeres. Y Dios sí que sabe de cuán insustanciales son nuestros pensamientos y nuestras creaciones. Las religiones y en ellas sus asambleas y guías, los verdaderos movimientos espirituales, los templos, la literatura realmente de orden espiritual y religiosa, están llamados hoy día a ser conscientes de los tesoros que se guardan en su interior para entregarlos a manos llenas a toda la humanidad. No hacerlo sería imperdonable. Tal vez solo la fe ha atravesado desde siempre la historia de la humanidad y lo seguirá haciendo. O sea, Dios no se rinde.