Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 22 de Marzo de 2015

CASTA DE CORRUPTOS

¿Quién educa a nuestros dirigentes?

¿DE  qué se hablaba en la mesa del comedor de quienes ahora nos escandalizan con todos los actos de corrupción nacional? ¿Qué hicieron en el colegio estas personas? ¿Fueron a las universidades a estudiar o compraron títulos? ¿Si alguna vez estuvieron en misa, en qué pensaban mientras se leían las Sagradas Escrituras y el sacerdote predicaba? ¿Qué impresión les causan a estos seres inmorales las situaciones de los pobres, los abandonados, la gente que no tiene empleo? ¿Acaso esa gruesa casta de corruptos que nos tiene bajo su tiranía es el fruto de una sociedad que abolió todo deber ser y lo sustituyó por el todo vale, incluyendo matar, robar, engañar? En últimas: ¿de quién son hijos estos engendros que humillan a diario a Colombia?

Lo mejor es no responder. Lo óptimo sería preguntar acerca de quién está a cargo de educar a quienes serán los dirigentes del país tanto en el nivel público como en el ámbito privado. Las familias del poder, los colegios y las universidades de los futuros mandamás, las iglesias que cuentan entre sus miembros a gentes llamadas a ser líderes, todos, tenemos la obligación de hacernos la pregunta acerca de qué se debe hacer para que, hasta donde sea posible, generemos una nueva dirigencia mucho más confiable y respetable. Lo que tenemos ahora da grima. Y seguramente la respuesta tendrá que ir en la dirección de sumergir en principios éticos y morales, en dar a conocer cuánta necesidad humana hay en Colombia, en dejar en evidencia el abismo que se abre entre los que todo tienen y los que nada tienen.

Es imperativo llegar a la mente, al corazón, a las entrañas de los futuros dirigentes para que aprendan a sentir las necesidades del prójimo y a volcarse sobre ellas para solucionarlas y nunca para hundir al pobre y necesitado.

Tal vez la insistencia obsesiva en el éxito, la competencia, la riqueza, la fama, el prestigio, el poder y otras exuberancias similares ha terminado por despertar unos instintos feroces que hacen que quien tenga cualquier poder en Colombia se rija solo por la consigna de aprovechar, enriquecerse, apropiarse.  Pero no basta el lamento. La sociedad debe preguntarse y preguntarles a los que van trepando qué saben de ética y moral, de justicia y honradez. Hasta no tener una respuesta clara, y quizás una vida sin riquezas, ninguno debería poder avanzar hacia los palacios del gobierno o hacia las oficinas donde se decide la nación y su suerte.