Esta Semana Santa, cuando conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Dios y Salvador, va a ser muy extraña: las iglesias estarán cerradas y los católicos tendremos que contentarnos con ver las ceremonias por televisión. Yo no he sido muy de procesiones. Alguna vez estuve en la Semana Santa en Sevilla, pero, por la multitud, no recuerdo haber podido entrar a ninguna iglesia a una ceremonia. Y no he sido muy amigo de sentarme al lado de una piscina a descansar. Siempre he creído que es mejor dedicar la semana a agradecer al Señor por su redención.
El coronavirus nos da la oportunidad de reflexionar un poco sobre lo que somos y lo que nos espera, no solamente como individuos y familia, sino como nación y como habitantes de la aldea global. Creo que el mundo que emergerá ya no será el mismo.
La naturaleza ha aprovechado el respiro de la mitad de los seres humanos confinados, sin automóviles, camiones, buses, aviones, para recuperar algo del daño que le causamos todos los días y alguna lección tendremos que sacar de ello. Y cada uno de nosotros debería analizar qué tanto contribuimos individualmente a eso. Lo malo no es caer. Lo malo es no levantarnos luego. De la filosofía del egoísmo, del desperdicio, de la indiferencia, de decir que “ese problema no es mío”, debemos abrir los ojos para ver que todos dependemos de todos y que en países como el nuestro hay gente que si no trabaja no come y que en el mundo son muchos los que mueren de hambre. Y que, aún en estas circunstancias tan precarias, no faltan los que despiden a sus trabajadores para que no se mermen sus sacos de monedas.
Esas son las reflexiones que debemos hacernos en esta Semana Santa: tendremos que convertirnos en una parte, una parte buena, de la comunidad en la que nos ha tocado vivir y tratar de entender a los demás, con sus necesidades, sus angustias y sus temores.
Coda 1: Oremos con fe el siguiente Salmo 91
1. Tú que moras al amparo del Altísimo pasas la noche a la sombra del Todopoderoso
2. diciendo a Yahveh: “¡Mi refugio y fortaleza, mi Dios, en quien confío!”
3. Que Él te libra de la red del cazador, de la peste funesta;
4. con sus plumas te cubre, y bajo sus alas tienes un refugio: escudo y armadura es su verdad.
5. No temerás el terror de la noche, ni la saeta que vuela de día,
6. ni la peste que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía.
7. Aunque a tu lado caigan mil y diez mil a tu diestra, a ti no ha de alcanzarte.
8. Basta con que mires con tus ojos, verás el galardón de los impíos,
9. Tú que dices:” ¡Mi refugio es Yahveh!”, y tomas a Altísimo por defensa.
10. No ha de alcanzarte el mal, ni la plaga se acercará a tu tienda;
11. que Él dará orden sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos.
12. Te llevarán ellos en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra;
13. pisarás sobre el león y la víbora, hollarás al leoncillo y al dragón.
14. Pues él se abraza a mí, yo he de librarle; le exaltaré, pues conoce mi nombre.
15. Me llamará y le responderé; estaré a su lado en la desgracia, le libraré y le glorificaré.
16. Le haré gozar de largos días, y haré que vea mi salvación.