Para que una democracia sea efectiva es indispensable que tanto el gobierno como la oposición actúen como tal, que entre esas dos posiciones haya debate enérgico, justificado e inteligente, además de ideas y propuestas diferentes y que finalmente se llegue a consensos beneficiosos para la nación.
Pero sí la mayoría de los partidos se declaran de gobierno, aun cuando su plataforma sea diametralmente opuesta, la democracia desaparece y se da un gobierno unipartidista, que nada tiene que ver con la democracia.
Un gobierno de ese estilo es más una dictadura donde se acata lo que manda el gobernante, porque nadie se atreve o no quiere oponerse a él por miedo o porque su voluntad ha sido comprada, ya sea con participación burocrática u otras prebendas, como jugosos contratos, algo que podríamos llamar la repartición equitativa de la corrupción.
Para allá iba Colombia a partir de la posesión de Gustavo Petro como presidente. Los colombianos de partidos opuestos doctrinariamente a lo que representa el exguerrillero, como el Conservador, Liberal, la U, Cambio Radical e inclusive, en muchos temas, el Partido Verde, vieron con verdadero disgusto como los dirigentes de sus partidos, sin consultar a su pueblo, se declaraban amigos de Petro y sus futuras reformas, sin siquiera conocer el contenido de ellas.
A medida que pasan los meses Colombia entera ha presenciado el desbarajuste con que funciona el gobierno de Petro; ni siquiera los ministros del gabinete logran ponerse de acuerdo; todas sus propuestas parecen fruto de la improvisación y es claro que a las reformas presentadas, por ministros y ministras, les falta estudio, conocimiento del país, de la economía nacional y global, de las necesidades reales y urgentes, versus la retórica trasnochada de la izquierda.
Hoy los partidos que aceptaron formar parte de la coalición han ido reaccionando, cada vez con más fuerza, contra la improvisación del equipo de Petro.
En los últimos días hemos visto y oído a hombres y mujeres de diferentes partidos oponerse con razones muy valiosas a la reforma de salud que el gobierno ha pretendido imponer, poniendo como frente a una ministra que enreda, miente y no parece entender el mal que puede causar a la salud de los colombianos una reforma que retrocede al país a lo que era el “despelote” del Seguro Social de hace treinta años.
Igualmente, ya se siente una fuerte oposición a la reforma laboral que, como la misma ministra de trabajo asegura, estúpidamente “no aporta nada a la creación de nuevos empleos”.
Los partidos se han dado cuenta del gran descontento que aumenta a diario contra el gobierno de Petro. Un gobierno que va de pa’tras como los cangrejos, que quiere el cambio, simplemente por cambiar, no por mejorar la condición de los colombianos. Que quiere copiar los programas impuestos por otros gobiernos izquierdistas del continente, como Argentina y Venezuela, causantes de un desmesurado aumento de la devaluación, miseria, corrupción e inseguridad en esos países.
Los líderes conservadores, liberales, de la U y verdes, están tomando posiciones fuertes, en defensa de los derechos de los colombianos, la oposición y por tanto la democracia parecen estar resucitando.
Por el bien de Colombia esperamos que esto continúe, y los cambios que se hagan sean realmente una mejora y no un catastrófico retroceso del país.