El hombre primero vivió en las cavernas. Después de muchos miles de años, inventó la palabra. Y esto lo diferenció de las bestias salvajes. Aristóteles considera la voz como una facultad natural y la palabra como una invención convencional. Dios hizo al hombre un ser parlante, le dio la facultada de hablar y los órganos necesarios para convertir la potencia en acto. La palabra escrita tiene enorme trascendencia. Por eso en los libros sagrados se repite: “Escrito está”.
En Colombia poco importa en la práctica y la rutina diaria la actividad académica. La indiferencia por estos eventos es total y lamentable. Sabemos que el puñetazo de un boxeador o un gol olímpico de un futbolista tiene una resonancia asombrosa en las cadenas radiales, la televisión y la prensa, como jamás soñó un humanista para su libro su investigación o su discurso trabajado tenazmente, muchas veces quitándole horas y más horas al sueño y al reposo. En un ensayo mío sobre este punto hablo de la “frivolización de la cultura”. Esto es absurdo e indigna. Nadie hace más por Colombia que los intelectuales, científicos y artistas. El enorme prestigio del país en el extranjero se lo debemos a García Márquez, Fernando Botero, Elkin Patarroyo, Llinás y otros valores gigantescos. El mundo ha girado en torno al libro. Recordemos la Biblia, el Corán, El Contrato Social, El Capital.
Jaime Posada como presidente de la Academia Colombiana de la Lengua ha hecho una labor histórica. Ha puesto a vibrar la Institución. La revista la transformó totalmente en su formato, contenido y eficaz circulación. Lanzó la idea, hoy fantástica realidad, de producir libros regionales analizando y difundiendo el humanismo y la ciencia de las diversas zonas colombianas. Yo siempre he defendido la “provincia”. Primero fue la región y después fue la ciudad. Por provocar la creación del departamento del Quindío, Álzate Avendaño me llamo el “descuartizador de Caldas”. Dije y repito que “descentralizar es ceder poder”.
A Jaime Posada le debemos el protagonismo que tiene la Academia de la Lengua. Fue emocionante la posesión de Cecilia Fernández de Pallini como miembro de la Institución. Recordó las leyes de Santander a favor de la cultura. Dirigió la sesión el académico Edilberto Cruz Espejo. Presentó a la recipiendaria el catedrático del Rosario, Olimpo Morales Benítez. El espacio fue insuficiente para tanta concurrencia. Vimos al veterano Antonio Cacua Prada y la jurista Betsy de Rodríguez.
Cecilia Fernández de Pallini tiene muchísimos méritos y es bueno decirlo para que otros se contagien y sigan su estimulante ejemplo. Ha publicado libros, ha creado academias, elabora ensayos de serio contenido humanístico y promueve la cultura. Y otra virtud más. Le ha obsequiado a Bogotá instituciones como el Museo Santanderista, de incalculable valor en todos los órdenes. Colegios, turistas, intelectuales y gentes del común visitan diariamente estas salas llenas de objetos, símbolos y elementos que conforman un sólido orgullo nacional. Esto sí da sentido de pertenencia, identidad y personalidad a un pueblo.