Se venció el plazo | El Nuevo Siglo
Sábado, 21 de Enero de 2017

No hay deuda que no se pague ni plazo que no se venza es el refrán de uso popular para indicar, que fatalmente quiérase o no, los hechos se suceden, conforme a algún plan humano o no. Lo cierto es que hay que creer que la fatalidad existe no necesariamente como acontecimiento dramático, sino como inevitable.  Eso es lo del  20 de enero en la gran potencia estadounidense.  Se posesionó Trump como Presidente de la única universal que actualmente existe.

Sea lo primero señalar que una de las circunstancias que no es entendible para el resto del mundo, salvo que para los mismos norteamericanos,  que de los candidatos puestos a consideración de los electores, resultó electo aquel que obtuvo menos votos que el otro; en efecto, Hillary obtuvo algo así como tres millones de votos más que Trump. Pero bueno ni allá mismo se sorprendieron porque acatan las normas previstas para estos casos. Este columnista debe confesar que no precisa sobre cómo funciona lo de los colegios electorales ni cómo son elegidos sus integrantes para que la elección  presidencial  sea indirecta y no definida por los votos de los ciudadanos.

A pesar de que en el patio trasero de la Unión nos hemos preocupado, quizás más de lo debido, por el resultado de las elecciones de nuestro vecino del norte, seguimos ahora en lo mismo por la iniciación de un nuevo período presidencial, esta vez auspiciado por la particular personalidad de quien se va a hacer cargo del puesto.  Muy controvertido fue el señor Trump, así como lo fue  Hillary, su contrincante. No es que ese país no dé para más, sino como dicen en Boyacá, son lo que dio la tierra en ese momento. Los observadores imparciales, si cabe la expresión, encontramos una similitud entre Trump y nuestro inefable exalcalde por la inocencia (¿?) con la cual plantean sus ideas conforme al momento y a la audiencia. No parece que tuvieran recato alguno, ni consideración sobre las consecuencias por su atribulada actitud. Bien pudiera decirse que se trata de que el hombre es así y que con su perorata le llegan todos sus conciudadanos que por elección indirecta, resolvieron montarlo a la dirección del país más poderoso del mundo.

Pero bueno, los norteamericanos tienen una institucionalidad que es su manera de ser;  Trump tendrá  que entenderla e interpretarla  o  sus consejeros tendrán que hacérsela entender, so pena de tragos amargos para él y  la nación bajo su mando. La sociedad norteamericana es bastante apegada a las buenas costumbres; no admitirá actitudes que la contraríen. Los Estados Unidos tienen seguridad en sí mismos que sus gobernantes hacen lo que al país más le conviene. No les importa las contradicciones en las cuales puedan incurrir. Las actitudes en frente a mandatarios de otros países que podrían  ofrecer ciertas similitudes han sido distintas; me refiero a Noriega en Panamá y Hussein en Irak. Político tan notable como fue Nixon, quien  tuvo el valor de reconocer la China comunista; debió renunciar por sus inaceptables maniobras electorales. La llegada de Trump hay que observarla con objetividad por el gran país que lo toca gobernar y dirigir.