Es tautológico afirmar que el futuro está lleno de incertidumbres. Nada define mejor el porvenir que la ausencia de toda certeza. Más allá del contexto en que fue acuñada -y de su propósito entre pedagógico y provocador-, la famosa frase de John M. Keynes, según la cual “en el largo plazo todos estaremos muertos”, no hace más que reafirmar el inasible carácter que tiene el futuro, incluso cuando se trata de lo inevitable: pues nadie sabe cuán largo será el plazo que le corresponde, aunque todos sepan que algún día habrá de cumplirse.
Decir que la actual es una época de incertidumbres no es menos tautológico. La incertidumbre es el signo de los tiempos que corren, y es también una de las emociones predominantes en la atmósfera social y que más condicionan las dinámicas políticas. Estos son tiempos de aprensión prácticamente universal, ya se trate del apocalipsis climático para algunos inminente, de la espada de Damocles que pende constantemente sobre la economía global, de la enésima crisis de la democracia republicana y el liberalismo ilustrado y el correspondiente resurgir de viejas (y probadamente falsas) utopías de signo contrario, o del mundo robotizado y la inteligencia artificial que esperan (¿o acechan?) a la vuelta de la esquina.
La cosa no es menos incierta en materia de política internacional. Basta con fijarse en tres cuestiones apenas.
La primera lleva el nombre de Europa, o más específicamente, de la Unión Europea. Concierne a la consumación del divorcio entre Bruselas y Londres, al cabo de un dilatado proceso iniciado con el referendo de 2016, una verdadera caja de Pandora que se ha cobrado ya la suerte de dos primeros ministros, y que la arrolladora victoria de los conservadores liderados por Boris Johnson está todavía muy lejos de haber podido cerrar. Porque más allá de la fecha fatal (el próximo 31 de enero) nada estará realmente resuelto: ni el futuro de las relaciones entre Reino Unido y sus socios de antaño, ni el futuro de las reivindicaciones escocesas (en el entendido que una cosa es el Reino Unido dentro de la Unión, y otra cosa el Reino Unido fuera de ella) ni norirlandesas (esas si se quiere incluso más complejas), ni el futuro de la Gran Bretaña o la Pequeña Inglaterra en la escena mundial, ni el futuro mismo de la Unión Europea -que por supuesto, sobrevivirá al divorcio, pero no podrá evitar una forzosa temporada de duelo-.
La segunda tiene que ver con la seguridad internacional. Con las armas nucleares que pudiera o no desarrollar Irán -sacudido por tensiones internas, enfrascado en un par de conflictos subsidiarios, involucrado en la disputa por la primacía regional, y agobiado por la reimposición de sanciones- tras haber repudiado Estados Unidos el acuerdo de 2015, convertido actualmente en letra muerta por sustracción de materia, ante la atónita e impotente mirada de sus contrapartes europeas. Y con el arsenal de Corea del Norte, cuyo programa nuclear avanza tan campante, a pesar de los apretones de manos y el talento negociador de Donald Trump, que por ahora lo único que puede esperar es el “regalo de navidad” anunciado ya por el líder norcoreano, y que puede ser tanto la oferta de una nueva ronda de conversaciones o la prueba definitiva de un misil balístico intercontinental.
La tercera, con la agitación que se ha visto este año en Hong Kong, Líbano, Iraq, y en distintos países suramericanos. Cada una con sus particularidades. Cada una con sus implicaciones. Cada una con su sentido particular, y con el potencial de imprimir una cierta dirección a la historia de esas naciones. O con la posibilidad, también, de que no hayan sido más que ruido y furia -por ahora-.
Con todo, quizá ninguna de estas incertidumbres será la que defina el lugar que 2020 ocupará después en los libros de historia. Con clarividencia advirtió en 2002 Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de Estados Unidos, aquello de que “there are known knowns; there are things we know we know. We also know there are known unknowns; that is to say we know there are some things we do not know. But there are also unknown unknowns - the ones we don't know we don't know”. Estas últimas son –añadió- las más difíciles. Y de ellas estará plagado -ahí no cabe incertidumbre alguna- el año que está por comenzar.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales