Tres noticias | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Noviembre de 2019

Desde La Haya.  El ruandés Bosco Ntaganda tiene asegurado ya su lugar en su historia universal de la infamia.  Y no sólo por su largo historial como rebelde y miliciano intermitente entre su país natal y la vecina República Democrática del Congo, escenario de uno de los conflictos más cruentos del mundo desde la II Guerra Mundial y el más mortífero de la historia de África -con más de 5 millones de víctimas fatales-,  sino por haber sido condenado por la Corte Penal Internacional, en una decisión unánime no menos histórica, proferida el jueves pasado, a 30 años de prisión (la máxima pena, excepción hecha de la cadena perpetua, contemplada por el Estatuto de Roma).

Tras un proceso de más de 6 años, los jueces de la Corte encontraron a Ntaganda culpable de un aterrador catálogo de crímenes de lesa humanidad (asesinato, violación, esclavitud sexual, entre otros) y crímenes de guerra (como ataques intencionales a población civil; desplazamiento forzoso; reclutamiento y conscripción de niños; y destrucción de la propiedad del adversario).

“Nada humano me es ajeno”, decía el comediógrafo Terencio, y mucho menos la tragedia de la guerra y las secuelas de la violencia. Tampoco para Colombia, y en particular para la Jurisdicción Especial para la Paz, resulta ajena esta sentencia de la CPI.  Aunque susceptible aún de apelación, constituye un hito que mal podría ignorar la JEP a la hora de juzgar y sancionar de manera proporcional y efectiva a los responsables de los execrables hechos que está llamada a examinar. 

No se puede olvidar que, desde hace 15 años, la CPI viene haciendo seguimiento preliminar a la situación en Colombia. Tampoco, que el principio de complementariedad, que sirve de fundamento a la intervención de la CPI, no es un mero enunciado retórico ni un criterio puramente formal.  Ni que la justicia transicional, para ser eficazmente transicional, tiene que ser justicia.

Desde Nueva York.  Desde 1992 se vota ritualmente en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas una resolución, obviamente promovida por Cuba, que pide el fin del “embargo económico, comercial y financiero” impuesto por Estados Unidos a ese país.  Son ya 28 resoluciones adoptadas con el voto favorable de una mayoría que no ha hecho sino aumentar de año a año.  Incluso Estados Unidos, habitual y natural objetor de la misma, llegó a abstenerse en 2016, con el telón de fondo de la aproximación entre Washington y La Habana intentada por la Administración Obama. Abstenerse es, precisamente, lo que acaba de hacer Colombia.

 

La abstención no significa apoyar las medidas unilaterales de Estados Unidos en relación con Cuba, ni mucho menos legitimarlas.  El voto de Colombia no era ni necesario ni definitivo, pues no tenía el potencial de alterar el resultado.  Es cierto que, al abstenerse, Colombia ha variado su posición reiterada. También es cierto que este año se ha roto el “consenso latinoamericano” en torno a la resolución, como consecuencia de los votos de Brasil y Colombia (el sentido de los cuales es diferente y cuya racionalidad es claramente distinta).  No menos cierto es, sin embargo, que en los foros multilaterales a veces el medio es el mensaje, tal como parece ocurrir en este caso -que por otro lado, difícilmente puede explicarse con argumentos “ideológicos” o con latinajos maniqueos-.  De cualquier modo, está claro que Colombia ha trazado una línea roja frente a Cuba y ha establecido un punto de honor que condicionará de ahora en adelante la relación bilateral: una relación que desde hace muchos años no es, únicamente, cuestión de política exterior.

Desde Buenos Aires.  Donde el presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, ha acogido al “Grupo de Puebla”, un variopinto club del “progresismo latinoamericano”, conformado como reacción al “avance de gobiernos conservadores en la región”, y compuesto por “líderes” políticos de varios países, pero en el que también participan funcionarios o dignatarios de algunos Estados.  Que en su nómina figuren Dilma Rousseff, Fernando Lugo, y Rafael Correa, y los valedores del régimen de Maduro -Samper, Insulza, y Rodríguez Zapatero- dice mucho de su talante y su programa. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales