Por mucho tiempo he vaticinado que, de darse una victoria electoral de Donald Trump en los Estados Unidos, la coexistencia de Trump y Petro en el poder supondría el peor momento para las relaciones entre Colombia y Estados Unidos desde la separación de Panamá. Me imaginaba que el mandatario colombiano, tan acostumbrado a tildar a sus adversarios internacionales de fascistas o genocidas, recibiría a Trump de la misma manera. Temía que Trump habría de responder despiadadamente, poniendo en entredicho nuestra cooperación de seguridad, nuestras relaciones comerciales e inclusive nuestra certificación en la lucha contra el narcotráfico, precipitando así la plena salida de Colombia del mundo libre.
Desde las elecciones estadounidenses, varios sucesos me han sorprendido positivamente. Por un lado, me alivió la reacción dócil de Petro a la victoria de Trump. Trinó a favor de la voluntad del pueblo estadounidense, del diálogo norte/sur, e inclusive, en cierta medida, en contra del gobierno Biden, insinuando que el partido demócrata había perdido por “aplaudir el genocidio de Gaza”.
Independientemente de nuestras posiciones sobre el conflicto entre Israel y Hamás, todos debemos reconocer que la posición petrista no se debe a una genuina preocupación humanitaria. Si bien aquel conflicto ha cobrado las vidas de 45,000 personas, en su mayoría civiles palestinos, esa cifra es apenas una fracción de las 122,000 víctimas comprobadas de las guerrillas en Colombia, organizaciones a las que Petro perteneció y a las que defiende férreamente.
Si a eso le sumamos las víctimas mortales del paramilitarismo, a cuyos máximos cabecillas Petro ofrece abrazos e impunidad, el terrorismo en Colombia ha cobrado más de 300,000 vidas. Inclusive si el conflicto en Gaza llegase a resultar en el exilio de sus 2.1 millones de habitantes, una situación inaceptable desde cualquier criterio humanitario, aquel éxodo sería menor que el de los 2.7 millones de colombianos expulsados de sus tierras por la guerrilla, o los 9 millones de venezolanos que huyeron de la dictadura chavista en Venezuela, dictadura a la que Petro aún hoy defiende.
A Gustavo Petro nunca le ha importado la vida de los inocentes, ya sea en Colombia, en Venezuela, o en Palestina. Sin embargo, la tragedia en Gaza le ha dado un pretexto políticamente útil para socavar nuestra cooperación de seguridad y relación comercial con Israel, debilitando así al estado colombiano a expensas de los aliados del petrismo en la economía ilegal.
Si no ha hecho lo mismo con Trump, es porque sabe que las consecuencias de una ruptura con los Estados Unidos serían nefastas para su gobierno. No podría asumir semejante costo económico, social y reputacional sin precipitar una catastrófica derrota electoral en el 2026. Como reconoció Gustavo Bolívar, tampoco tiene un camino asegurado para perpetuarse en el poder ilegalmente. Si lo tuviese, nada le convendría más que dinamitar la relación con Estados Unidos, como hizo Hugo Chávez en su momento, para llenar al país de agentes rusos, cubanos e iraníes. Ese era mi mayor temor.
Por otro lado, si bien el presidente electo Trump ha anunciado algunos nombramientos cuestionables en su futuro gobierno, el más importante para nosotros -el de Marco Rubio como Secretario de Estado- nos debe llenar de confianza y optimismo. Rubio es un amigo de Colombia y de las democracias latinoamericanas, que seguramente sabrá aprovechar la vulnerabilidad de Petro para proteger a los colombianos. Ante todo, confío en que Rubio mantendrá las puertas abiertas para que, en el 2026, Colombia pueda reintegrarse plenamente al mundo libre.