Un segundo para Bogotá | El Nuevo Siglo
Jueves, 19 de Enero de 2017

En medio de los afanes cotidianos de las grandes ciudades como Bogotá, siempre hay tiempo para encontrar postales que se te quedan grabadas y sirven de respiro durante las ajetreadas jornadas de los horarios de oficina. Pequeños momentos macondianos que saltan de la ficción a la realidad, como efímeros emisarios de instantes irrepetibles y llenos de significado. La última imagen que tuve oportunidad de agregar a mi álbum mental fue un sencillo regalo de un amable y anónimo amigo de ojos achinados.

Él estaba allí, de pie junto a un poste de luz desgastado por el peso de tantos conciertos y eventos anunciados. Contra él descansaba su bicicleta celeste atemperado con un ligero toque vintage, mientras en sus manos asía un teléfono con el que apuntaba a la calle por la que yo venía caminando de frente. Pasé por su lado y vi reflejado en su rostro con una sonrisa tibia la paz característica que irradian todos los asiáticos, imperturbable disfrutaba de la toma que estaba capturando, realmente le gustaba lo que veía.

No entendí muy bien cuál era su fascinación. Miré hacia atrás por encima de mi hombro y me encontré una calle desbordada en normalidad, la misma que recurrentemente había transitado para arriba y para abajo sin mayores sobresaltos. El mismo café de siempre, la misma entidad estatal de siempre, el mismo puesto de minutos de siempre, todo tal cual como ha estado desde antes y de cómo habría de estarlo después.

Pero él estaba ahí extasiado, admirando una vía secundaria de la capital de un país como cualquier otro, encontrando en la simplicidad de nuestro universo criollo lo que ni las grandes autopistas de Beijing, los mega avenidas de Tokio o los mercados colosales de Bangkok le pudieron proporcionar. Era un turista desempeñando su rol de turista de forma magnífica.

Lamentablemente, el ruido de todos nuestros días, las preocupaciones apremiantes que no dan espera, las llamadas tras el repicar de los teléfonos y en general la vida que vivimos a diario nos distraen lo suficiente como para arrebatarnos lo bello que tiene esta ciudad. Ojalá pudiéramos dedicar un segundo para Bogotá, para sus calles, su gente, el mismo lugar que nos recibió y nos sigue recibiendo a propios y extraños. Un respiro, un momento para apreciarla y agradecerle.

Quizás mi amigo asiático lo comprende mejor que todos nosotros. Sus ojos seguramente están mejor entrenados para poder hallar la magia de nuestra urbe entre el smog de los carros de las horas pico y los aguaceros de temporal que se han encargado de cegarnos y hacernos perder esas panorámicas para el recuerdo. Espero algún día volverme a sorprender como él con las nimiedades y las magnificencias de la ciudad, igual que el primer día que vine y todo era nuevo para mí como lo fue para el muchacho de la bicicleta celeste atemperado. Todas esas maravillas que el paso de los días las volvió paisaje.

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@FuadChacon