Sabía que era mi día de suerte y no podía desaprovechar aquella oportunidad. Tras meses rastreando una copia cualquiera de “La Vegetariana” de Han Kang, había dado con una a precio de ganga en una aplicación de segunda mano. Y es que, paradójicamente, tras sorprender al planeta entero arrebatándole el Premio Man Booker Internacional en la final de 2016 a ganadores del Premio Nobel como Orhan Pamuk (2006) o Kenzaburo Oé (1994) y autores consagrados a nivel mundial como Elena Ferrante o Yan Lianke, este inquietante texto en que la, hasta entonces desconocida, autora surcoreana nos relata el descenso a los infiernos de una mujer que un día decide dejar de comer carne, es imposible de conseguir. No titubeé ni un segundo en comprarlo.
El envío llegó sin contratiempos. Al desempacarlo me encontré con un libro golpeado por los avatares corrientes del uso. Leído, vivido, como los libros de verdad, pero fue solo hasta abrirlo que di con el auténtico misterio que me esperaba en su primera página: 15 líneas impecablemente caligrafiadas, sin tachones, enmendaduras o siquiera un ápice de vacilación, con caracteres trazados a pluma que, entre diminutos círculos y cortas líneas divisorias que les daban una apariencia de números fraccionarios a varios de ellos, componían lo que indudablemente debía tratarse de una dedicatoria escrita en un inobjetable coreano. Preso de la curiosidad por conocer la historia que había quedado congelada allí en el tiempo, utilicé el traductor de Google Lens para descifrar su significado.
“Ella se queda mirando el camino empapado por la lluvia…”, es la frase con la que inicia aquella nota a mano alzada titulada “Árbol de Fuego” o “Llama de Madera” (Google todavía no se decanta por ninguna), la cual narra el episodio de una chica que espera en el parador de buses frente a la estación de metro de Maseok, en la línea verde Gyeongchun que de Seúl conduce a la ciudad de Chuncheon. “…Enormes camiones rugen y aceleran por el primer carril. La lluvia es fuerte, como si fuera a perforar su oído”. Entonces se describe a nuestra protagonista, muy seguramente la destinataria original del libro: de baja estatura, ojos tristes, maquillaje ligero y pulcramente vestida con una blusa blanca.
Quiero pensar que, en aquel instante preciso sin fecha, nuestro enigmático autor se enamoró de ella, seguramente una extranjera de español nativo, y que por amor cruzó toda Asia a lo Gengis Kan hasta las puertas de Europa. Quiero pensar que el azar ha hecho que este libro terminara en mis manos no porque su idilio acabara y ahora estén subastando sus recuerdos, sino porque a ella se le haya caído en algún autobús de Barcelona o se lo haya olvidado en alguna cafetería camino de Madrid.
Quiero pensar que fueron felices y que sus ojos siguen iluminándose cuando se ven, como los de ella aquel día cuando “…el autobús que esperaba apareció a la distancia corriendo furiosamente mientras desacelera”, como finaliza la dedicatoria de “La Vegetariana” que me convirtió en el fan número uno de una pareja de extraños que nunca conoceré.