VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 9 de Octubre de 2012

Golpe de Estado

 

Todos los intentos por sacrificar y remover al vicepresidente Garzón han fracasado hasta ahora.

Desde que él empezó a adoptar una refrescante posición crítica e independiente en medio de la obsecuencia que caracteriza al Gobierno del unanimismo nacional, se convirtió en blanco de ciertos sectores del Congreso visceralmente ávidos de reemplazarlo para satisfacer sus insaciables apetitos de dominación y control.

Amantes de las fábulas -en las que se inspira su conducta política-, aquellos sectores quisieron “matar varios pájaros con el mismo tiro” y cuando Garzón enfermó, trataron de desplazarlo; cuando se recuperó dando muestras de milagrosa lucidez, lo hicieron aparecer como marioneta que bajo el efecto de barbitúricos cumplía el encargo de terceros; y ahora, cuando el presidente Santos tiene cáncer, vuelven a encontrar un pretexto para someterlo al escarnio.

Está claro que la salud de los gobernantes es un asunto público y que todos los esfuerzos juiciosos y transparentes por garantizar que ellos están en capacidad de desempeñar sus funciones siempre han de ser bienvenidos en cualquier democracia genuina, precisamente como parte de la insoslayable rendición de cuentas.

Pero en este caso el país asiste a un ejercicio de oportunismo político destinado a deshacerse a toda costa de un Vicepresidente que ha resultado incómodo para aquellos propósitos absolutistas a los que tanto irrita la disidencia, la oposición o el realismo crítico.

Por supuesto, al unanimismo no le bastan los partes médicos de los diferentes especialistas que atienden a Garzón, ni las evidencias que hallaron en las pérfidas visitas que le practicaron para escudriñar su modo de vida, ni la impactante claridad con la que él está escribiendo sus Cartas a la Ciudadanía.

Lo único que al absolutismo le preocupa es tramitar en una noche, ojalá esta misma noche, y a despecho de 9 millones de votos, la destitución del Vicepresidente, la eliminación de la Vicepresidencia misma y el regreso a la troglodita y antidemocrática figura del designado, aquella que se basa no en la voluntad popular sino en el designio divino, genético, dinástico o clientelista.

Por eso las centrales de trabajadores se levantan contra este atentado a la democracia y hasta el presidente del Partido Liberal -quién lo creyera-, denuncia la intentona de golpe de Estado con la que se nos quiere devolver a los tiempos de las cavernas, los mismos a los que se puede llegar de un momento a otro mediante la negociación con terroristas convertidos por obra y gracia del crimen en refundadores del Estado.