Robert McNamara fue muchas cosas a lo largo de su vida: destacado estudiante y atleta universitario, profesor, oficial de la Fuerza Aérea, presidente de la Ford Motor Company (el primero que no llevó tal apellido), secretario de Defensa de las administraciones Kennedy y Johnson (durante la guerra de Vietnam y la crisis de los misiles), y presidente del Banco Mundial. Tuvo muchos admiradores (y, seguramente, aún más detractores). Con semejante currículo -y con el papel que jugó, que le fue forzoso jugar, en la historia que vivió, es apenas lógico. Es lógico también, y además incuestionable, que alguna cosa tuvo que haber aprendido.
Dirigido por Errol Morris y ganador del Oscar en 2003, el documental The Fog of War: Eleven Lessons from the Life of Robert S. McNamara recoge, en una magistral entrevista, algunos de esos aprendizajes. Durante casi dos horas, el entrevistado los va decantando como quien no sólo recuerda, sino que hace un examen de conciencia y, ocasionalmente, un acto de contrición. En su conjunto, estas lecciones deberían ser de estudio obligatorio en los programas de Ciencia Política y de Relaciones Internacionales, o en cualquier cursillo de liderazgo, estrategia o gestión de crisis. Y en estas páginas, probablemente, cada una merecería su propia columna.
Quizás haya tiempo y oportunidad para eso -aunque la actualidad escasea en lo primero, abunda en lo segundo-. Entretanto, para provocar la curiosidad del lector, enseguida va su mera enumeración: 1) Tenle empatía a tu enemigo. 2) La racionalidad no nos salvará. 3) Hay algo más allá de uno mismo.4) Maximiza la eficiencia. 5) La proporcionalidad debe ser una pauta en la guerra. 6) Obtén los datos. 7) Creer y ver: muchas veces ambas cosas están equivocadas. 8) Hay que estar dispuesto a reexaminar tus razonamientos. 9) Para hacer algo bueno, quizá uno tenga que hacer algo malo. 10) Nunca digas nunca. 11) No puedes cambiar la naturaleza humana.
Se dirá, no sin algo de razón, que McNamara no dijo nada nuevo. Que las suyas son, a la hora de la verdad, viejas lecciones de manual que muchos otros han advertido a lo largo de los tiempos (un par de ellas, por ejemplo, rezuman Maquiavelo -y a McNamara se le reprochó más de una vez su “maquiavelismo”). Con frecuencia se olvida, sin embargo, que la redundancia es funcional al aprendizaje; que quien, en cada situación particular, aprovecha una lección antigua, en realidad la renueva. (Quien escribe un texto, por ejemplo, vuelve siempre a aprender a escribir).
Así, uno podría preguntarse qué implicaría para Ucrania tenerle empatía a Rusia -y cuáles serían, en ese caso, los límites de la empatía-; qué significa “proporcionalidad” en una guerra asimétrica como la que libra Israel contra Hamás; cómo discernir lo que se cree y lo que se ve en tiempos de infodemia, patrañas y engañifas; o a qué males podrá obligar (y a qué costo) la superación de los complejos desafíos del presente.
O cómo lidiar -sin ingenuidad ni frustración, sin resignarse- con la inmutable naturaleza humana, porque, como está el mundo actualmente, es imperativo hacer algo… aun a pesar de ella.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales