En una imagen inusual, en octubre de 2023, las calles de Panamá se llenaron de miles de personas que protestaban contra un contrato minero adjudicado por el presidente Laurentino Cortizo a una empresa canadiense. Los manifestantes bloquearon calles y frenaron la economía del país, mientras que el mundo veía como otro país latinoamericano nuevamente tenía masivas protestas que, en el fondo, buscaban un cambio de modelo económico y político. Las marchas, como suele pesar, fueron mermando, hasta desaparecer.
Los panameños pasaron la página. Las elecciones presidenciales estaban a la vuelta de la esquina y dos candidatos se presentaron como outsiders, intentando ganar el voto anti-establecimiento que se había expresado en las calles unos meses atrás. Al mismo tiempo, el hoy elegido presidente, José Raúl Mulino, no parecía tener muchas opciones. Una parte importante de los ciudadanos había pedido en las calles seis meses atrás un cambio -como en los países vecinos- en el manejo del país, y Mulino representaba lo opuesto; ha sido un viejo aliado del expresidente Ricardo Martinelli, procesado por corrupción y asilado, en este momento, en la embajada de Nicaragua.
Como se vio el domingo pasado, en Panamá el sentimiento anti-incumbent o anti-establecimiento, precedido de marchas cuyo discurso central era un revolcón de la clase política -un borrón y cuenta nueva- no tuvo el poder que logró en Argentina en 2023 o Colombia en 2022.
Las marchas, por el contrario, han tenido el efecto opuesto. La mayoría de los votantes optaron por el régimen preestablecido en vez de, como gritaban los manifestantes, un giro radical en el manejo político, económico y ambiental del país. Las marchas le tiraron un salvavidas a la vieja clase política, que supo aprovechar con Mulino los miedos y las necesidades del electorado.
Este fenómeno no es nuevo y hace parte de una tendencia que se ve en diferentes regiones del mundo y demuestra que las marchas masivas que desembocan en movimientos anti-establecimiento terminan, como en el caso de este país centroamericano, favoreciendo a la clase política, que encuentra un terreno ideal para defender la estabilidad o el regreso del orden.
Otro países
En julio de 2009, Mulino fue nombrado por el presidente Martinelli como ministro de Gobierno y Justicia, cargo en el que sólo duraría un año, tras su paso el ministerio de Seguridad, donde tuvo un papel controversial que marcaría su carrera política y su eventualmente elección como presidente.
Líder de la seguridad en Panamá, Mulino ordenó que las autoridades policiales intervinieran en las bananeras de la región de Boca del Toro, reprimiendo a los trabajadores que marchaban contra las empresas. El resultado de la intervención fue dos muertos y más de un centenar de heridos. Esta situación alejó al hoy presidente de la función pública, investigado en ese entonces por lo hechos. Mulino, entonces, tomó distancia hasta que volvió al gobierno durante la administración de Juan Carlos Varela, en 2014. En ese periodo, fue acusado de corrupción en relación a la empresa italiana Finmeccanica por recibir supuestamente comisiones por la compra de 19 radares, caso por el que fue encarcelado de manera preventiva durante siete meses hasta abril de 2016. Esta causa fue anulada en agosto de 2017.
Con estos antecedentes, Mulino representaba el perfil de político que sería rechazado por un amplio sector de panameños, a juzgar por las peticiones de muchos de estos durante las marchas. No fue así.
Hoy, es el presidente, como otros tantos en diferentes países que han pasado por procesos similares. Unos elegidos altos mandatarios y otros líderes de iniciativas en contra de constituyentes. Lo que ha pasado en Panamá puede ser equiparado a lo visto hace poco en Chile con el No a la nueva Constitución promovida por Gabriel Boric o el proceso que ha vivido la Primavera Árabe en Egipto, en donde gobierna hoy un militar.
El año pasado, un gobierno progresista de izquierda en Chile, dirigido por un exlíder estudiantil, propuso una nueva Constitución que fue rechazada por la mayoría de los ciudadanos. Muchos de ellos, cuatro años atrás, se movilizaron masivamente -unos de manera violenta- para exigir una nueva Carta Política y con ella superar las normas de la era de la dictadura de Augusto Pinochet, que, decían, beneficiaban un sistema neoliberal y privatista, además de dar pocas garantías en derechos políticos y civiles.
El giro en las preferencias de los chilenos se parece al que han tenido los panameños. Aunque los tiempos han sido diferentes, en ambos casos los países han transitado de un intenso escenario de marchas y protestas contra el establecimiento político a un cambio radical en el que ha primado la clase política tradicional, como en el caso de Mulino, o la defensa de un modelo político y constitucional liderada por fuerzas política tradicionales, como el chileno José Antonio Kast.
A nivel mundial casos como estos también se han visto. Uno de los más paradigmáticos ha sido el de Egipto, años después de la “Primavera Árabe”. En 2011, millones de egipcios se movilizaron para derrocar el régimen de Hosni Mubarak, que llevaba más de veinte años en el poder. El movimiento detrás de las protestas estaba configurado por una pluralidad de grupos, entre ellos ultra religiosos como Los Hermanos Musulmanes y sectores laicos que venían, mucho tiempo atrás, del secularismo de Gamal Abdel Nasser. Ninguno de los dos terminó gobernando.
En Egipto, desde 2015, los militares han recibido el apoyo de la mayoría de los ciudadanos y su máximo líder, Abdelfatah El-Sisi, se ha reelegido en múltiples ocasiones, acallando las voces que liderados la Primavera Árabe. Como se ve, la movilizaciones de 2011 desembocaron en una mayor predisposición de los egipcios por gobierno de corte autoritario, que restablezcan el orden luego de las intensas marchas.
Electo el domingo pasado, Mulino llega a la presidencia de Panamá secundado por Martinelli y una clase política que se vio amenazada en las marchas de octubre del año pasado, pero hoy ha quedado fortalecida gracias, eventualmente, a las movilizaciones que se realizaban contra ella.
*Analista y consultor. MPhil en Universidad de Oxford.