A nadie, absolutamente a nadie, se le hubiera pasado por la cabeza que, luego de años de preparación, las celebraciones de los 250 años del nacimiento de uno de los compositores más grandes de todos los tiempos, se hubieran ido al traste
¿Se quedó el mundo musical con los crespos hechos?
Sí y no.
Sí porque no es gracioso, que Bonn la ciudad donde nació Ludwig Van Beethoven, por ejemplo, hubiera tenido la precaución de preparar una programación ambiciosa que iba hasta el 17 de diciembre, fecha de su nacimiento. Programación que contemplaba, desde luego, la interpretación de absolutamente toda su música, exposiciones, seminarios, eventos en las casas-museo donde trascurrió su infancia. La verdad es que todas las capitales musicales de Alemania y las de Austria, estaban perfectamente preparadas para el Año Beethoven 250.
Y no, porque paradójicamente, en medio del confinamiento, el mundo está obsesionado con la música. Bueno, no nos digamos mentiras: con la buena, con la menos buena y también con la mala. En el confinamiento muy probablemente de los más grandes compositores Beethoven ha sido el más oído de todos.
Música que atrapa y hechiza
Que sea el más oído no es gratuito. Al fin y al cabo la artillería musical del mundo estaba preparada para celebrar esos 250 años. La pesada, la de las grandes orquestas sinfónicas y la ligera, la de la música de cámara, los cantantes, los pianistas.
Por otro lado no es un compositor más. De todos es el que encarna los ideales universales, fue un hombre de principios, un auténtico revolucionario y su obra da testimonio de sus convicciones.
Su música seduce al oyente. Lo atrapa como en una especie de hechizo de cual resulta imposible liberarse. Es el tipo de música que resulta imprescindible para acompañar en ciertos momentos a la humanidad, que se sentiría indefensa sin el mensaje de hermandad de la Novena Sinfonía, sin el manifiesto abiertamente político de Fidelio, su única ópera o sin la dolorosa contundencia de la Marcha fúnebre de la Sinfonía Eroica.
También acompaña la intimidad del confinamiento. Son muchos los que, en otras circunstancias, no habrían imaginado acompañar el paso de las horas con Cuartetos de cuerdas, Tríos o Sonatas. Descubrir, así, de pronto, que el primer movimiento de Claro de luna es apenas la punta del iceberg de la más grandes colección de Sonatas para piano de todos los tiempos ha sido una especie de milagro
250 años de una infancia desastrosa
Beethoven, todo parece indicarlo, nació en una buhardilla, el mismo año de los disturbios en las colonias inglesas y de las matanzas en Boston. Tenía dos años cuando Rusia, Prusia y Austria se repartieron Polonia como si de una torta se tratara; cuatro cuando Goethe publicó Werther, seis cuando los Estados Unidos se independizaron y en Inglaterra se formó el primer sindicato obrero.
Estaba adolescente cuando Beaumarchais publicó Las bodas de Figaro y cuando en Francia se reunieron los Estados generales que desencadenaron la Revolución. A los 23 se enteró de que la cabeza de Luis XVI había rodado de un guillotinazo. Eran los tiempos de Mozart y de Haydn.
María Magdalena, su madre, era una mujer dulce, alta para la época y aparentemente guapa. Johann, su padre, de ancestro holandés, un músico mediocre y borracho empedernido; pretendió repetir con su hijo la historia de Mozart. Beethoven se convirtió en músico porque su abuelo lo había sido y su padre también, pero en sus propias palabras, no era un niño prodigio como Mozart.
Para él la música no fue la extensión amable de la existencia. Johann fue su primer maestro. Luego confió la formación del niño en uno de sus compañeros de juerga. Las descripciones que de su infancia hicieron sus amigos, parecen salir de un cuento de Dickens.
Lo sorprendente es que esas experiencias forjaron la disciplina y la voluntad del compositor.
Beethoven se empeñó, a pesar de su padre, en convertirse en un buen músico y lo logró. De un momento a otro los muros de Bonn le resultaron insuficientes. Tenía 22 años cuando se trasladó a Viena para estudiar con Haydn y empezó a forjarse una buena reputación como pianista.
Música y convicción
Algo había en su sensibilidad para conseguir convertir en música lo que estaba en el aire. No tocaba el piano como los demás, era un genio de la improvisación y al contario de sus colegas podía atacar el instrumento, bien con un lirismo inusitado, bien con una violencia sin precedentes.
Paralela a su fama como pianista se hizo conocer como compositor. Tampoco componía como sus colegas, en realidad usaba la música como un vehículo de desfogue de sus ideas, convicciones y frustraciones
Nadie pareció darse cuenta. Seguramente el tampoco. Sin pretenderlo, abrió sigilosamente a la música las puertas del romanticismo, que ya habían traspasado los escritores, filósofos y poetas. Hasta ese momento ningún músico se había atrevido a usar la música como un vehículo para compartir la intimidad.
Ninguno, porque no gozaban de lo que Beethoven sí: libertad creadora. Beethoven podía escribir siguiendo su instinto y oyendo su yo interior, no era un músico de corte.
Inteligente como era se cuidaba de respetar las formas del pasado, los moldes preestablecidos para componer Sinfonías, Sontas¸ lo que fuera.
Músico, sordo y en confinamiento
Guardaba un secreto en lo más hondo del alma. Sabía que se estaba quedando sordo. En 1799 se atrevió a confiarle el secreto a Franz Wegeler, su amigo de infancia en Bonn. Entonces la música se desbordó por completo y explotó en una sonata para piano cuyo título es una revelación: Patética.
No pasó mucho tiempo que para la angustia y las convicciones políticas se sublimaran tras incluso meditar el suicidio. Llevó al pentagrama toda su rebeldía en una sinfonía, la Tercera, que escribió inspirado en Napoleón, el hijo de la Revolución Francesa. Cuando se enteró de que el corso se había coronado Emperador, borró indignado el título original, Sinfonía Bonaparte y lo reemplazó por el más escueto de Sinfonía Eroica.
Como se dice siempre, lo demás es historia. La sordera, poco a poco le fue aislando del mundo. Nadie contaba con que en el fondo de su alma siguió siendo el mismo niño, desaseado y un poco taciturno de Bonn, empecinado en convertirse en músico.
Claro que ser músico y sordo lo angustiaba. Sin embargo, como le ocurre hoy en día a los millones que oyen su música en confinamiento, apartarse del mundo le permitió llegar a la esencia misma de lo que buscaba: su música más íntima.
Así fue creando, en confinamiento, el legado de su obra. 9 Sinfonías que se aúpan, cada una sobre la anterior hasta llegar a la cumbre de la Novena. 32 Sonatas para piano que escalan el resplandor absoluto cuando concibe la Hammerklavier que debe ser la obra maestra de la voluntad musical, se frena, sigue con tres, que son pura intimidad y finalmente, una especie de testamento en las Variaciones Diabeli. 16 Cuartetos de cuerdas sin parangón en el siglo XIX y consecuencia ineludible de los de sus antecesores naturales, Mozart y Haydn. Con Fidelio, lo dicho, debe ser el más grande manifiesto lírico-político de la historia del melodrama. La Missa Solemnnis es otra cosa, apenas se puede ubicar al lado de las grandes Pasiones de los maestros barrocos.
Sí, Beethoven es el compositor a quien más ha recurrido la humanidad en este momento y lo es porque de los grandes fue el único que concibió su obra en confinamiento. Espiritual, pero confinamiento.