Beethoven resuena en el Teatro Colsubsidio | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Marzo de 2012

Por Emilio Sanmiguel

Ocho sonatas de las 32 de Beethoven para piano que se vienen interpretando en el Teatro de Colsubsidio Roberto Arias Pérez. Cuatro y cuatro. Las primeras fueron las interpretadas el pasado domingo 26 de febrero por el suizo Cédric Pescia, las segundas el pasado domingo, 4 de marzo por el alemán Gilles Vonsatell. Mejor vamos por partes.

Pescia: lo que bien empieza…

Bien termina, porque de los siete pianistas invitados el suizo Perscia fue el único al quien se le encomendaron dos recitales. Primero el del domingo 19 y una semana más tarde el del 26 de febrero. Tuvo una especie de gran golpe de suerte porque si en el primero le correspondió la que para muchos es la más grande de las 32,  la n° 31 op. 110 y la más popular, la n° 14 “Claro de luna”, que tocó memorablemente, su segundo recital no se quedó atrás.

Porque abrió con otra de las sonatas “populares” -que si lo son por algo será- la op. 31 n°2 “La Tempestad”, que tocó de manera memorable, por una amplia paleta de sonoridades y contrastes a lo largo del primer movimiento y sobre todo por el apasionamiento  y gran sonido del tercero “Allegretto”.

Siguió con “la otra” de las grandísimas, la única capaz de rivalizar en profundidad y trascendencia con la op. 110: la op. 109 en mi mayor, que recorrió con absoluto dominio desde los primeros y complejos compases del primer movimiento hasta la cumbre, que es el tercero “andante molto cantabile ed espressivo”, tocado de manera sencillamente magistral, por la emotividad reveladora, por el dominio de la forma al resolver las variaciones, y para no darle muchos rodeos, porque consiguió trascender y revelar la sutil belleza de una de las partituras más hermosas del piano del siglo XIX.

Abrió la segunda parte con la encantadora Sonata “Alla tedesca” tocada con todo la sofisticación dancística que demanda, especialmente en el  movimiento final con sus guiños al “Ländler”, para cerrar con otra de las sonatas ultra populares -la más popular después de “Claro de Luna”, la n° 8 en do menor “Patética”- que ubicó perfectamente en esa especie de tierra de nadie que la caracteriza, con tremendas explosiones dramáticas en el límite de la tragedia del primer movimiento, pasajes decididamente “clásicos”, como el “Cantabile” del segundo, con la ornamentación casi galante del primero, el clasicismo del tercero hasta los compases finales, cuando se regresa al dramatismo del inicio, toco un caleidoscopio musical interpretado con imaginación, pasión y sobretodo mucho dominio anímico del discurso. 

Porque si algo hubo para destacar de ese concierto fue que Cédric Pescia estuvo a la altura de las obras que tocó: el delicado encanto de la op. 79, el dramatismo de la “Tempestad”, los contrastes emotivos de la “Patética” y la trascendencia de la op. 109.

El concierto de Vonsatel

El recital de Gilles Vonsattel fue casi exactamente lo contrario: salvo la obra final no hubo sonatas populares. Pero también fue un evento memorable.En la primera parte juntó dos sonatas muy diferentes, primero la en re mayor op. 10 n°1, justo la inmediatamente anterior a la “Patética”, impecable y con un momento, más que memorable iluminado, por su conmovedora y profunda visión del segundo movimiento “Largo e mesto”.

Siguió con la en sol mayor op. 31 n° 1, que no es popular pero es difícil, muy difícil por ese complicado juego de desajustes de las manos que plantea Beethoven como una trampa al pianista y de paso al publico tocada con autoridad y sobretodo con mucho humor, para más adelante coronar con una muy personal versión del “Rondo” final.

La segunda parte abrió con la aparentemente sencilla sonata op. 54 en fa mayor y cerró programa con otra de las cumbres del ciclo, la de “Los adioses”, que Vonsattell evidentemente domina, porque supo poner de relieve el espíritu de desasosiego que reina a lo largo del primer movimiento, el de profunda melancolía que baña al segundo y la alegría sincera que es la tónica del tercero, pero sobretodo porque consiguió establecer, con sutil elegancia, los lazos que amarran el primero y último movimientos.

El séptimo recital

El recital de este domingo tiene lo suyo. Y lo suyo es que se toca de las 32 la más espectacular; la “Hammerklavier”, que es n° 29. Héctor Berlioz dijo de ella que era el “Enigma de la esfinge” de todos los pianistas” y  la muerte de Beethoven se la consideró imposible de interpretar. Liszt fue el primero en tocarla y desde entonces se la considera como una especie de Himalaya de las sonatas, por sus dificultades técnicas y por su monumental extensión. Ver tocar la “Hammerklavier” es una experiencia que no se repite muchas veces en la vida y este domingo la toca el ruso Amir Tebenikhin.En la primera parte va la sonata “La caza” que es la tercera del op. 31 y la Sonata op. 49 n° 1.