Corazón de México: así bailaron los tapatíos | El Nuevo Siglo
La tradición del Ballet folclórico de la Universidad de Guadalajara es cosa seria.
Foto cortesía Teatro Mayor - Juan Diego Castillo
Domingo, 29 de Agosto de 2021
Emilio Sanmiguel

El aplauso que le brindó el público al Ballet folclórico de la Universidad de Guadalajara la tarde del pasado domingo fue cerrado y emotivo.

El primer lugar porque ese inagotable despliegue de energía lo ameritó luego de algo más de hora y media de canto y baile.

Aquí en Colombia las cosas con la cultura mexicana, concretamente con su música, son asunto aparte. Allá por los años 60, por cuenta de algún incidente, que debió ser delicado, hubo un veto oficial a la música mexicana: ni un corrido ni una ranchera podía ser transmitido por la radio y menos aún por la televisión.

El asunto alcanzó a tener visos de tragedia. Porque prescindir, de la noche a la mañana, de las voces de Miguel Aceves Mejía, Jorge Negrete, Amalia Mendoza “la Tariácuri”, Lola Beltrán o, el entonces muy joven José Alfredo Jiménez, era un asunto acuerpado. Desde luego nadie de abstuvo de corear, voz en cuello, al unísono con las radiolas de las casas, Amanecí en tus brazos de José Alfredo, así estuvieran vetados los charros y los mariachis.

Ya entonces había, como aún los hay, quien cree, no sin razón, que la ranchera es tan colombiana como el porro, la cumbia o la guabina. El culto y la práctica de la música mexicana en Colombia ha sido tema hasta de investigaciones serias en la academia.

La tradición del Ballet folclórico de la Universidad de Guadalajara es cosa tan seria como esas investigaciones de nuestras universidades, porque se remonta a 1960 cuando Emilio Pulido, Melitón Salas y Daniel Gonzáles Romero organizaron el grupo que fue oficializado seis años más tarde, porque la trayectoria de la Universidad se va a los finales del s. XVI.


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Tan serio es eso de la importancia de lo mexicano en Colombia que, para esta gira, la parte musical del espectáculo corrió por cuenta del Mariachi Colombia Nueva Era, que dirige Axel Gustavo Alzate, que puso por todo lo alto la tradición mexicana local: impecable actuación que no debe sorprender, por una hoja de vida mexicanísima.

Ahora bien, tratándose de un espectáculo, al fin y al cabo, producto de serias investigaciones académicas, ya sobre el escenario no hay academicismo, la compañía actuó con derroche de energía, de sincera alegría que desde luego permeó los ánimos de un público, para qué mentirnos, predispuesto a disfrutar de uno de los folclores más variados del continente.

Lo mexicano tiene carácter, en todo sentido. Eso se sabe de antemano. Los atavismos prehispánicos de mayas, toltecas, aztecas, chichimecas y demás, amalgamados con los de la península, también muy variados producen una explosión de energía y colorido, probablemente sin parangón en el mundo. Nada es gratuito. Así debe ser con un país cuya historia parece un relato fantástico de emperadores, serpientes emplumadas y pirámides, con revolucionarios legendarios capaces hasta de fusilar a un emperador, archiduque de Austria, impuesto por una superpotencia europea. Que la comida mexicana sea, como dicen ellos mismos, picosa, tampoco es un capricho de los chefs sino lógica de los calderos.

Fue todo eso lo que el público disfrutó tan a tope la tarde del domingo. El teatro estaba a tope; a tope hasta donde lo permite la normativa de la nueva realidad de los espectáculos; sin embargo, la reacción fue como de teatro con el lleno hasta la bandera.

Desde luego la temperatura subió al rojo vivo en dos momentos.


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El primero ocurrió durante la parte III cuando el grupo recorrió los Corridos de la revolución, en especial cuando le llegó el turno a Adelita, la más popular de todas las Adelitas de esa Revolución que mandó a Porfirio Díaz a donde la chingada, y ahí perdonen la expresión, pero es que el público vibró de emoción.

El otro ocurrió en la escena final, luego de que el coro de la compañía interpretó Chapala de Pepe Guízar, que fue el bálsamo entre la selección del folklor del estado de Guerrero y el de Jalisco; una selección de rancheras, entre ellas Bonita Guadalajara de Jorge Negrete, el inmortal Méjico lindo y querido y Jalisco no te rajes también de Negrete, que nació en Guanajuato, la ciudad tan estrechamente ligada a Ramiro Osorio, el director del teatro, que es medio mexicano.

A la final, más que haber asistido a un espectáculo, producto de las investigaciones de una universidad, el público salió convencido de que, en medio de la pandemia, asistió fue a una fiesta. Como esas de la década del 60, cuando oficialmente se tendió el veto sobre la música de México, que salió de la radio y la televisión, pero no del corazón de la gente.

Gran espectáculo el del Ballet folclórico de la Universidad de Guadalajara, de los bailarines, del coro, hasta del mariachi bogotano Nueva Era. El director y coreógrafo de la compañía, Luis Alberto Ochoa, puede darse por satisfecho porque el público hizo del Corazón de México una gran fiesta.