Iberoamericano de Teatro, un milagro | El Nuevo Siglo
Miércoles, 23 de Abril de 2014

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

SOSTENGO CON un gran amigo una discusión a propósito de la presentación de La niña y el dragón en el Coliseo Cubierto El Campín. Argumenta él, y no le falta razón, que el espectáculo no era adecuado para un edificio tan desangelado y tan descaradamente incómodo. Me acuerdo en ese momento que no faltan los orates de la necedad conservacionista que piensan que es una joya del exiguo patrimonio arquitectónico de la ciudad.

 

Aunque estoy de acuerdo con él, porque tiene razón, resuelvo asumir rabiosamente la defensa del festival porque no me cabe duda de que se trata de un verdadero milagro.

 

Y es un milagro porque lo creó Fanny Mikey que estaba completamente loca y ahora está al frente de él Anamarta de Pizarro, que como andaba calle arriba y calle abajo con Fanny y con ella se iban a recorrer el mundo entero para escoger las obras, pues se le pasó el virus de la locura.

 

En medio de la discusión me doy cuenta que el Iberoamericano es un complicadísimo trabajo de orfebrería que hay que instalar sobre una balanza. Porque las obras tienen esas acogidas multitudinarias, son las encargadas de lanzarle la mano a esos otros espectáculos que se presentan en los recintos de escasa capacidad de público y  de paso a los de disfrute gratuito.

 

Porque la programación debe cubrir de la mejor manera posible todas las facetas de la dramaturgia, desde los unipersonales hasta las puestas en escena de altos niveles de complejidad, pasando por el circo, Shakespeare, Ibsen, la danza moderna y un larguísimo etcétera.

 

Y si no es así, la semana Santa se hace realidad, y Anamarta y  demás organizadores terminan crucificados en Monserrate para escarnio público.

 

Claro que es un milagro. Porque además hay que desplegar la más complicada logística imaginable. Durante más de dos semanas –dos años en realidad- todo tiene que funcionar con precisión de relojería, desde la llegada de los montajes y el arribo de las compañías, pasando por las puestas en escena de los espectáculos hasta satisfacer todas las exigencias de los artistas… si lidiar un artista es faena de romanos, manejar varios cientos de ellos no quiero ni imaginarlo.

 

Pero por encima de todo el Iberoamericano es un milagro porque se hace en Bogotá, una ciudad que carece por completo de infraestructura artística. Y hablo de una infraestructura seria, profesional, como la tienen todas las grandes ciudades del mundo. Y en ese sentido Bogotá es una ciudad grande, pero no una gran ciudad.

 

Estaba loca Fanny y están locos Anamarta y sus compañeros. Afortunadamente lo están, porque ver durante dos semanas teatro de primera en teatros de segunda, tercera y cuarta, es un regalo y un milagro.

 

Veamos las cosas a vuelo de pájaro.

 

El teatro con mayor aforo es el Municipal, en el centro de la ciudad, su escenario es antediluviano, carece de hombros, que son los espacios a lado y lado del escenario para facilitar los movimientos escenográficos…  para no extenderme, ningún escenario en Bogotá, óigase bien, ninguno, tiene hombros; el teatro carece de un hall suficiente para la capacidad de la sala, no hay una cafetería y muchísimo menos un restaurante, los servicios sanitarios son mínimos y el parqueadero, porque hay parqueadero, tampoco es proporcional.

 

El escenario del Teatro de Colsubsidio también es inadecuado y como el parqueadero se comparte con el Supermercado, hay problemas. Al Teatrito de Bellas Artes, salvo el parqueadero que se comparte con el supermercado y es enorme, le falta todo, hasta camerinos.

 

De todos, el de más reciente construcción es el Mayor, que además del problema de estar en los extramuros de la ciudad, carece de un hall, de cafetería, parqueaderos suficientes, prácticamente no hay camerinos ni baños suficientes para el público y las colas en los baños de mujeres son un escándalo.

 

Lo propio hay que decir del Libre de Chapinero, de las dos sedes del Teatro Nacional, del Auditorito de la Fundación Alzate, del William Shakespeare que también está en los extramuros y del Camarín del Carmen.

 

De los auditorios el que sale mejor parado es el León de Greiff de la Universidad Nacional y naturalmente la Luis Ángel Arango. El Colón anda en plena cirugía plástica y está fuera de circulación.

 

Con semejante infraestructura tiene qué vérselas el Festival. Y las cosas, que se sepa, seguirán así hasta que San Juan agache el dedo. Porque el hecho de la ciudad carezca de un teatro, un verdadero teatro, no parece intranquilizar a quienes debería preocupar un asunto tan álgido.

 

Por eso vale la pena cruzar los dedos para que artísticamente las cosas resulten tan bien como resultaron en esta XIV versión, que lamentablemente este  año no contó con esa maravilla que era la Ciudad Teatro y tampoco se hizo presencia evidente en la ciudad, porque las calles no se engalanaron con los pasacalles e imágenes que se encargaban de recordarle a todo el mundo que Bogotá estaba viviendo su fiesta bianual.