La realidad está llena de metáforas: Andrés Neuman | El Nuevo Siglo
Foto El Nuevo Siglo - Claudia Beltrán
Domingo, 29 de Abril de 2018
Pablo Uribe Ruan

Tardó siete años en la construcción de la novela. Durante ellos, estudió la historia de Japón, Francia, Estados Unidos, España y Argentina, para lograr “fronteras simbólicas entre lugares que no son lindantes”. Así salió “Fractura”, la última novela de Andrés Neuman, considerado la promesa de la literatura argentina

 

EL NUEVO SIGLO: ¿Por qué eligió Japón como la base narrativa de su novela? ¿Por qué no Argentina, Andalucía?

Andrés Neuman: En realidad es una novela que viaja y que asocia países que en teoría son lejanos. Me interesaba la creación de fronteras simbólicas entre lugares que no son lindantes. Fabricar vecindades entre culturas y países ajenos. Empieza en Japón, después pasa a Francia, a Estados Unidos, a Argentina y a España, en ese orden. La razón es que el personaje del señor Watanabe tiene que viajar por cuestiones de trabajo y va teniendo problemas de adaptación a distintas culturas.

La primera idea surgió de una especie de metáfora accidental; la realidad está llena de metáforas disponibles, que uno hay veces captura y otras veces no. En este caso fue que cuando ocurrió este terremoto terrible en Japón, en el 2011, que fue el que generó el tsunami y eventualmente el accidente nuclear de Fukushima. Leí que eso hizo que el eje del planeta entero se desviara más de diez de centímetros. Y me pareció eso una metáfora conmovedora, que algo que sucede lejos, que tiene un epicentro remoto, de pronto estremece al mundo entero. Eso me hizo pensar en la cita del poeta polaco, Milosz que dice que “si algo existe en una lugar, existirá en todos”. Todo lo que importa, para bien o para mal, termina expandiéndose como una honda.

ENS: Hay dos temas muy importantes en Fractura, la Segunda Guerra Mundial, y sus efectos sobre la sociedad japonesa, y lo aterriza a lo que significó Fukushima

AN: Tenía que ver con comparar cómo cada país, concretamente los cinco en los que sucede la novela, son o consisten en un combate entre el olvido y la memoria, entre aceptar las propias cicatrices y borrarlas. En la época en el que el personaje aterriza en París, es una Francia apasionante, que está en plena revolución sexual, está haciendo las mejores películas;  pero al mismo tiempo está “volviendo mierda a Argelia”, está haciendo más experimentos atómicos. Es un país que avanza pero metiendo por debajo de la alfombra todas estas cuestiones.

Su empresa manda a Watanabe a Estados Unidos, nada más que el país que lo había bombardeado, y aterriza a la mítica Nueva York: del punk, del feminismo, de la contracultura; pero también es la de Vietnam, la del Watergate. Estados Unidos también está en un momento de ceremonia del olvido.

Cuando Watanabe aterriza en Argentina, sucede esto tan curioso, es que Argentina, primero, es uno de los pocos que juzga a sus criminales de Estado, pero también es uno de los pocos países que unos años después los indulta. Argentina ejerce la memoria y el olvido casi a lo largo de una década.

ENS: En varias partes de su novela hace referencia del Kintsugi. ¿Qué es?

AN: Estos cuatros países en los que aterriza Watanabe tienen un dilema entre mirar atrás y construir un futuro. Durante la construcción de la novela leí mucho sobre el arte del kintsugi, que es una forma de artesanía japonesa que consiste en reparar los objetos rotos insertando polvo de oro en las grietas del objeto roto. De manera que un objeto reparado recupera su futuro, vuelve a ser útil, gracias a que mira hacia atrás con honestidad. Me preguntaba hasta qué punto el kintsugi no podía hacer una especie de metáfora aplicable a la vida personal de cada individuo, qué hacemos con nuestras rupturas y qué hacen sus países con las cicatrices colectivas.

ENS: En el caso de Argentina, si aplicaras el kintsugi, ¿cuál sería el porcentaje de olvido y de memoria?

Depende de la época. Argentina ha vivido una década de mucha recuperación de los crímenes de Estado y ahora hay una política de desplantar eso. Hay una ida y vuelta. Es una especie de kintsugi que va y viene. Creo que mi país natal se dedica a subrayar sus cicatrices y a taparlas alternativamente.

Y esto me lleva a otra cosa de la que se habla en la novela, que es que el kintsugi, en su discreta técnica antigua, refuta dos cosas: la obsolescencia programada y otra es el Photoshop. La obsolescencia programada se traslada a las relaciones personales, trabajadores que duran seis meses, gente que no puede pensar a largo plazo; forma parte de la lógica del reciclaje.

Y el photoshop niega nuestra estría, nuestra cicatriz, y al hacer eso, estamos negando lo que somos. El photoshop borra la cicatriz, el kigsui la destaca. Me interesa esa lógica como herramienta de combate contra el photoshop.

ENS: En sus novelas se repite esa obsesión por las redes sociales, por las redes digitales

AN: Al mismo tiempo qué hacer con los pedazos rotos. Me interesa la posibilidad de cómo reconstruir los fragmentos de algo. Y sí, hay esto de cómo las herramientas tecnológicas son síntomas del cambio de las relaciones humanas. Me parece que la ficción en general es un lugar de observación de esos fenómenos, porque pueden pensar un poco más a largo plazo.

Digamos que hay una diferencia entre la actualidad y el presente. La actualidad es fungible; es eso que importa ahora y ya la semana pasada dejó de importar. El presente es un hilo conductor entre el pasado y el futuro. Me parece que muchas veces los medios de comunicación trabajan sobre la actualidad y el arte amplia el foco y convierte esa actualidad en presente.

ENS: En “Fracturas”, habla sobre el periodismo, por su obsesión por “vender noticias”

AN: Más que una crítica es un homenaje crítico al periodismo. Yo lo he ejercido. Me interesa muchísimo. Yo a veces tengo la sensación de que no habla de distintas cosas, sino que habla de lo mismo, con distintos ritmos y distintas perspectivas.

ENS: ¿Se están repitiendo las misma lógicas de hace unos años?

AN: Hay regresos fantasmales, que tienen que ver con que si uno niega el pasado, el pasado empieza actuar de modo inconsciente o secreto. Hay persona en la novela que dice: “lo que no se escribe, no prescribe”, como esas ideas que no anotamos en la noche y no nos dejan dormir. Bueno, eso le pasa a las sociedades.

Lo silenciado no desaparece, sino que se convierte como una especie de fuerza que te gobierna secretamente. Cuanto más visible se haga lo que nos pasó, más fácil es dejarlo atrás. Los mismos personajes -de la novela- discrepan entre sí respecto a la política que hay que seguir respecto a nuestros propios antecedentes.

Uno nunca sabe la fuga del pasado por qué grieta va a salir.

ENS: ¿Cómo fue escribir en primera persona femenino?

AN: Fue muy emocionante. Me generaba mucha responsabilidad. Estamos en un momento general en los que los hombres se pueden ver representados por la primera persona femenina. Me interesó pensar que cuatro de las cinco voces de “Fractura” son femeninas y que un narrador puede hacer ese esfuerzo de otra edad. Al fin y al cabo lo decía Keats, “los poetas deben carecer por completo de personalidad, porque así pueden asumir  las emociones de cualquiera”.

ENS: Una vez dijo que “la traducción es la mejor expresión literaria”

AN: Creo que no se puede ser más feliz que traduciendo. Es la única forma de leer y escribir el mismo libro al mismo tiempo. Una forma superior de placer.

 

EN: ¿A qué se va dedicar en los próximos años?

AN: A la poesía. Es el campo de juego donde la palabra recuerda para que sirve. 

 

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