Salman Rushdie creó un “Quijote” contemporáneo | El Nuevo Siglo
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Viernes, 1 de Mayo de 2020

UNA HISTORIA contemporánea contada de forma simbólica desde el legendario personaje de Miguel de Cervantes es la esencia de “Quijote”, la más reciente novela del destacado escritor de raíces indio-británicas Salman Rushdie, en la que sigue por su línea de la fusión entre el realismo y la fantasía.

El escritor es también autor de joyas literarias como “Hijos de media noche”, “Los versos satánicos” y “Vergüenza”, además de ser uno de los últimos en dejarse inspirar por Cervantes, pintando a su propio Quijote como un hombre que se deja cegar por los shows y series de televisión, perdiendo la noción de la realidad. EL NUEVO SIGLO lo lleva a conocer una parte del primer capítulo de esta obra “quijotesca”:  

Quijote, un anciano, se enamora, se embarca en una misión y es padre.

“Vivía una vez, en una serie de direcciones temporales por todos los Estados Unidos de América, un viajante de origen indio, edad avanzada y facultades mentales menguantes que, por culpa de su amor por la televisión más estúpida, se pasaba una parte enorme de su vida mirándola en exceso bajo la luz amarillenta de las sórdidas habitaciones de motel, y en consecuencia había terminado sufriendo una forma peculiar de lesión cerebral.

Devoraba programas matinales, programas diurnos, tertulias vespertinas, culebrones, comedias de situación, películas de Lifetime, dramas hospitalarios, series policiales, seriales de vampiros y de zombis, dramas de amas de casa de Atlanta, Nueva Jersey, Beverly Hills y Nueva York, romances y peleas entre princesas de fortunas hoteleras y autoproclamados sahs, así como los retozos de toda una serie de individuos que habían saltado a la fama por afortunados desnudos, por esos quince minutos de celebridad que obtienen ciertas personas jóvenes con muchos seguidores en las redes sociales gracias a su adquisición por medio de cirugía plástica de un tercer pecho o del hecho de que su figura después de extraerse unas cuantas costillas imita la forma imposible de la muñeca Barbie de la compañía Mattel, o incluso, simplemente, por su capacidad para pescar carpas gigantes en escenarios pintorescos sin más atuendo que un bikini diminuto; además de por competiciones de canto, competiciones de cocina, competiciones de propuestas empresariales, competiciones para un puesto de aprendiz corporativo, competiciones entre vehículos gigantes operados a distancia, competiciones de moda, competiciones por el afecto tanto de solteros como de solteras, partidos de béisbol, partidos de baloncesto, partidos de fútbol americano, encuentros de lucha libre, encuentros de kickboxing, programación de deportes extremos y, por supuesto, concursos de belleza. (No veía “hockey”.

Para la gente de su categoría étnica y cuya juventud había transcurrido en los trópicos, el hockey, que en Estados Unidos se había rebautizado “hockey césped”, era un juego que se jugaba sobre hierba. Jugar al hockey césped sobre hielo era, en su opinión, el absurdo equivalente de hacer patinaje sobre hielo en la hierba.)

Como resultado de su obsesión casi total por aquel material que en los viejos tiempos le había llegado por medio de un tubo de rayos catódicos y en la nueva era de las televisiones planas le llegaba por medio de las pantallas de cristal líquido, de plasma y de diodo orgánico de emisión de luz, sucumbió a ese desorden psicológico cada vez más frecuente por el cual, los límites entre verdad y mentira se vuelven borrosos e indistintos, de manera que a veces se veía incapaz de distinguir la una de la otra, la realidad de la «realidad», y empezó a pensar en sí mismo como ciudadano natural (y habitante en potencia) de aquel mundo imaginario del otro lado de la pantalla al que tan devoto era, y que estaba convencido de que les suministraba, a él y a todo el mundo, las orientaciones morales, sociales y prácticas por las que deberían guiarse en la vida todos los hombres y mujeres.

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A medida que pasaba el tiempo y se iba hundiendo más y más en las arenas movedizas de lo que se podría considerar la realidad irreal, sintió que se estaba involucrando emocionalmente con muchos de los habitantes de aquel otro mundo más luminoso, cuya membresía creía que tenía derecho a reclamar, como si fuera una Dorothy contemporánea planteándose mudarse a Oz, y en algún momento indeterminado desarrolló una pasión insalubre, por ser completamente unilateral, hacia cierto personaje televisivo, la hermosa, ingeniosa y adorada señorita Salma R, un enamoramiento que él describía, de forma muy errónea, como amor. Y en el nombre de ese supuesto amor decidió celosamente perseguir a su “amada” a través de la pantalla del televisor y hasta cualesquiera realidades en alta definición donde habitaran ella y los de su clase, y, no solo por la gracia, sino también mediante sus acciones, ganarse su corazón.

Hablaba despacio y también se movía despacio, arrastrando la pierna derecha un poco al caminar, consecuencia duradera de un dramático Evento Interior sucedido hacía muchos años y que también le había dañado la memoria, de tal manera que, aunque seguía recordando con nitidez los acontecimientos del pasado remoto, sus recuerdos del periodo intermedio de su vida se habían vuelto inestables, llenos de lagunas y de otros espacios en blanco que se habían rellenado, como si lo hubiera hecho un albañil descuidado y con prisas, con recuerdos falsos creados por cosas que quizá hubiera visto en la tele. Aparte de eso, parecía estar en bastante buena forma para los años que tenía. Era un hombre alto, se podría incluso decir que alargado, como esos que se ven en las demacradas pinturas del Greco y en las estrechas esculturas de Alberto Giacometti, aunque aquellos hombres habían sido (en su mayoría) de temperamento melancólico, mientras que él había sido bendecido con una sonrisa jovial y con los modales encantadores de un caballero de la vieja escuela, ambos rasgos valiosos para un viajante comercial, un trabajo que, en los años dorados de su vida, lo acompañaría durante mucho tiempo. Además, incluso su apellido era risueño. Se llamaba señor Smile. “Señor Ismail Smile, ejecutivo de ventas, Productos Farmacéuticos Smile, S. A., Atlanta, Georgia”, decía su tarjeta de visita. En calidad de empleado de ventas, siempre había estado orgulloso de que su apellido fuera el nombre mismo de la corporación a la que representaba. El apellido familiar. Eso le confería cierta dignidad, o eso creía él. No era, sin embargo, el nombre con el que decidió ser conocido durante su última y ridícula aventura.

(El poco habitual apellido Smile, por cierto, era la versión americanizada de Ismail, de forma que el viejo viajante se llamaba en realidad Ismail Ismail, o bien Smile Smile. Era un hombre de piel oscura en América que anhelaba a una mujer de piel oscura, y sin embargo no veía su historia en términos raciales. Se podría decir que se había separado de su piel. Era una de las muchas cosas que su misión cuestionaría y cambiaría.)”