¿Un concierto premonitorio? | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Junio de 2016

Por  Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

LA  iniciativa de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, de volver a tocar el Réquiem de guerra –lo hicieron hace un par de años en el Teatro Mayor- en un Concierto por la paz, en la Catedral Primada, parecía un asunto medio precipitado el pasado 12 de junio.

Hoy no resulta así. Sino más bien premonitorio. Por lo que ya se sabe sobre las eternas negociaciones de La Habana.

Réquiem en la Catedral

La obra de Benjamin Britten (1913 – 1976) es una de las grandes composiciones de su género del siglo pasado. Hasta hay ciertas coincidencias, entre la noche del estreno y sus circunstancias particulares y esta de la reseña.

El estreno ocurrió durante la consagración de la Catedral de Coventry en 1962, que fue bombardeada durante la II Guerra; pero, no hay que pasar por alto que el año de la composición, 1961, fue el mismo de Bahía Cochinos, de la construcción del Muro de Berlín y de la malograda intervención de los Estados Unidos en Vietnam. No hace falta enumerar las circunstancias nacionales, porque aquí la guerra no para desde la mañana del Florero

Lo que si vale la pena mencionar es que del estreno en Coventry, dice Michael Steinberg, “la acústica de la catedral confundía hasta tal punto los sonidos, que los oyentes tuvieron que creer ciegamente en la excelencia de la música. John Waterhouse, del Birmingham Post, desistió de publicar una crítica hasta que pudo escuchar la obra en un especio acústico más definido”, es decir, como con la catedral de Bogotá, que tiene unas condiciones acústicas tan desfavorables, que insistir en hacer conciertos sinfónicos, o de grandes oratorios allí, tiene más sabor de necedad que de originalidad.

De manera que esta reseña, en muchos aspectos puede resultar temeraria, porque es difícil intentar alguna objetividad cuando la acústica lo “ensucia” todo, como pasó en Coventry.

Gran aparato sonoro

Como se trata de una obra de gran formato, es decir, para gran orquesta, las fuerzas de la Filarmónica fueron reforzadas por otras entidades sinfónicas locales   y por el Coro, de la Ópera, el Filarmónico juvenil, la Sociedad Santa Cecilia, Batuta San Rafael, Filarmónico Infantil y Schola Cantorum de la Catedral.

Todo el aparataje bajo la dirección, digamos que correcta pero no particularmente inspirada del francés Olivier Grangean, porque su trabajo dejó ciertas dudas flotando en la atmósfera. La primera, por supuesto, haber dispuesto de manera tan convencional el aparato sonoro, es decir, las dos orquestas -la grande y la de cámara-  y los coros, todos en el altar mayor, el coro infantil en una de las capillas casi a la entrada de la iglesia, y, por increíble que parezca, no utilizó el recientemente restaurado y modernizado órgano de la catedral. Porque la efectividad de la manera como Britten escribió la partitura perdió mucha de  su originalidad.

En cuanto a los solistas, no hay que olvidar que sus partes fueron escritas para tres grandes de la historia, la soprano rusa Galina Vishnievskaya, el tenor inglés Peter Pears y el barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau, con las connotaciones nacionalistas que ello implicaba y el hecho de haber sido los tres grandes intérpretes del Lied o de la Canción culta.

Aquí la parte de la soprano estuvo a cargo de Betty Garcés, de voz bellísima, sin duda preciosa, pero extremadamente operística en su interpretación, es decir, no con la riqueza de matices y colores, o la profundidad trascendente con que debería impregnar el sentido de los textos, valga la verdad, lo mismo ocurrido con el tenor. Justo lo contrario en el caso del bajo barítono Valeriano Lanchas, que de los tres fue el más idóneo, de ellos es el único que es, liederista, y como tal, no se permitió ningún exceso vocal demostró un dominio del género en un grado trascendental.

Acogida del público

El concierto fue de entrada libre y la acogida absoluta, hasta con público de pies en los laterales. Con lo bueno y lo malo que ello conlleva. Porque a lo largo de la interpretación el rumor de conversaciones y cuchicheos fue constante y los alaridos de los niños de brazos no aportaban mucho a la pésima acústica catedralicia.

Y si se agrega al coctel que la interpretación fue domingo a las 11.00 de la mañana y que la Plaza de Bolívar es un mercado persa a esa hora, pues todo se colaba al interior, griteríos, vendedores ambulantes, megafonía y música amplificada, ya se sabe de cuál, no precisamente Britten

A la final no se debería seguir insistiendo en la necedad de hacer conciertos sinfónicos ni oratorios en la Catedral Primada. Porque no funcionan. Con los de órgano es otra historia.

Cauda

Concierto premonitorio por la Paz, y, una vez más, en grandes eventos de la Orquesta Filarmónica, ausente el alcalde Peñalosa. De haber asistido habría tomado el pulso cultural de la ciudad y advertir que lo de la sede de la Filarmónica no es un juego de afectos personales sino una necesidad cultural..