Una noche histórica en el Teatro Mayor | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Noviembre de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

¿Cuántas oportunidades tiene el colombiano promedio de estar en contacto con los grandes clásicos del ballet? ¿Una? ¿Dos?... tres ya puede ser una exageración…

 

Pocas, muy pocas. Salvo, claro está, gracias al vídeo, que permite estar en contacto con los grandes montajes del Covent Garden, el Maríinski, el Gardnier o la Scala. Pero no siempre el mercado local es muy variado y… es algo costoso.

 

En fin. En Colombia el ballet clásico es una verdadera quimera. Y cuando hubo la oportunidad de empezar a fundar los cimientos de una compañía, vino el presidente Barco y, aconsejado por su camarilla cultural, cerró el coro de Colcultura, la Ópera de Colombia y, cómo no, el Ballet.

 

Decía que las oportunidades son pocas, muy pocas. Y poquísimas cuando de ver verdaderas grandes producciones de los clásicos se trata: las razonablemente buenas presentaciones del Ballet Nacional de Chile con el Cascanueces en diciembre pasado en el Teatro Mayor y unas esporádicas visitas del Ballet Nacional de Cuba, con buenos bailarines, vestuario casi lamentable, escenografías paupérrimas y ese gusto dudoso tan característico de la compañía de Alicia Alonso.

 

De las iniciativas nacionales, pues… son esfuerzos, admirables, pero esfuerzos, nada más.

 

Todo para decir que la visita del Ballet Nacional de Holanda al Teatro Mayor la noche del viernes 8 y sábado 9 fue un acontecimiento histórico. No exagero. Desgraciadamente hay que reconocer que una compañía de la categoría del Ballet de Holanda, bailando un gran clásico, no había puesto sus zapatillas en Bogotá, que me conste, por lo menos en 40 años.

 

A eso hay que llamarlo subdesarrollo cultural. Subdesarrollo que viene a subsanarse en los últimos tiempos gracias a empresas, sí, empresas, como el Teatro Mayor, que a su manera también hacen historia con su programación de estrellas internacionales de la música y no voy otra vez a recitar el rosario de figuras y figurones que han pasado en los últimos tiempos por allá.

 

Porque se trata es de registrar la inolvidable presentación de Giselle, que es la cumbre del ballet romántico, por cierto, acompañada de una buena actuación de la Sinfónica Nacional de Colombia, bajo la conducción de Benjamin Pope, que desde la dirección musical demostró conocer a fondo el género, siguiendo fielmente a los bailarines, respirando con ellos y sobretodo ajustando con precisión el sonido del foso con los movimientos del escenario.

 

Estrella absoluta de la noche la rusa Anna Tsygankova como Giselle, con el brío y la gracia para resolver el acto I que supo coronar con una intensa Escena de la locura, pero sobre todo por la ligereza etérea de su acto II; Tsygankova tiene el lirismo de las grandes Giselles y sobretodo un impresionante dominio del Attitude, que como se sabe, es el sello del lenguaje coreográfico del personaje, especialmente en el acto II.

 

A su lado otro gran bailarín, Josef Varga como Albrecht; tiene las líneas y la presencia del legítimo Danseur noble y, sobretodo, es un partenaire de gran clase, a la altura de su Variación del Grand Pas de Deux se permitió las temibles dos diagonales de Brissées seguidas de inmediato por una cadena de Entre-Chats y salió victorioso, me temo que el público no apreció lo suficientemente su faena, aunque hubo aplausos.

 

Otra actuación memorable desde el punto de vista dramático la de Alexandre Zhembroskyy como Hilarion, con la intensidad que demanda un carácter tan complejo y técnicamente sobrado en la escena de la muerte con el Corps de ballet.

 

Bien, sin duda bien, pero no completamente memorable la Myrtha de Vera Tsyganova, quizá demasiado vigorosa y no totalmente delicada y sutil en su legendaria aparición en Pas de Bourée del inicio del acto II: más fácil imaginarla en la carnal Kitri del Quixote que en la sutil Myrtha de Giselle, pero sin duda profesional.

 

Naturalmente bien los figurantes de carácter del acto I, entre ellos Ricardo Bustamante como Duque de Courland, como el programa de mano no especificó que Bustamante es colombiano y que en su momento fue uno de los grandes Danseur noble del mundo, su aparición pasó inadvertida para el auditorio…

 

Por supuesto ninguna gran compañía de ballet lo es si no cuenta con un extraordinario Corps de Ballet y el de Holanda es francamente soberbio, por la cantidad de bailarines en condiciones de hacer actuaciones individuales magníficas, por su precisión, por la capacidad de transmitir al auditorio la pasión por el baile y sobre todo por una sincera habilidad para resolver momentos de alto dramatismo y me refiero concretamente al desempeño a lo largo de la Escena de la locura, que sin la atmósfera dramatúrgica adecuada puede quedarse apenas en una interesante anécdota de la historia. Ahora, no dudo ni por un segundo en asegurar que el desempeño de las bailarinas de la compañía como las Willis fue simple y llanamente extraordinario.