¿Verdi pasado por agua? | El Nuevo Siglo
Sábado, 19 de Octubre de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Quién lo iba a pensar. Que la gran celebración de los 200 años del nacimiento de Giuseppe Verdi corriera por cuenta de Julio Sánchez Cristo y Alberto Casas Santamaría en la W, pues le dedicaron al compositor toda una mañana. Habla bien de ellos y de la versatilidad de su programa: mezclaron durante toda una mañana las arias y las grandes escenas de sus óperas con las noticias. También Margarita Vidal en su programa de la Voz Colombia hizo lo propio el 9 de octubre, víspera del bicentenario, con el apoyo de Juan Gustavo Cobo.

 

Habla muy bien de ellos, porque desayunar en este país, sin don Julio, Don Alberto y su equipo, es casi un disparate; y también de Margarita que, con sobra de méritos es una leyenda del periodismo en Colombia.

 

Pero queda en el aire el desdén de las grandes organizaciones culturales que pasaron por alto los 200 años del nacimiento del más grande compositor de la ópera italiana; salvan su pellejo, hay que decirlo, la Ópera de Medellín que hizo una gala en el Teatro Metropolitano y la Compañía de Las Clásicas del Amor que en el Auditorio de Skandia hicieron lo propio hace dos semanas, con arias, coros, escenas de óperas  el Himno de las naciones.

 

Parece una arbitrariedad censurar el hecho. Al cabo pueden alegar que se trata de un compositor italiano y este país se llama Colombia. Pero es que Verdi no es un compositor más. Por el contrario hay que observar que pocos músicos en la historia se comprometieron de manera tan decidida con los procesos políticos y culturales de su tiempo, una especie de Beethoven del melodrama.

 

La obra de Verdi parece hoy más vigente que nunca. Porque en varias oportunidades a lo largo de su vida abordó temas que parecen cortados sobre medidas para la realidad colombiana: Ernani es un bandido, un bandolero, que termina perdonado por Carlos V en el suntuoso marco de la tumba del emperador Carlomagno en Aquisgrán en la más grande escena de proceso de paz que los italianos no dejaron pasar inadvertida porque veían en ella la metáfora del indulto que el Papa Pío IX concedió a los prisioneros políticos.

 

Nabuccofue la primera ópera de connotaciones políticas que escribió Verdi, fue seguida por I lombardi que era más explícita aún que su predecesora. Para no extenderme más de lo tolerable, todas las óperas de Verdi, hasta 1848, eran políticas y comprometidas y los italianos entendían bien el mensaje de revolución y reconciliación que ellas entrañaban.

 

Las que hizo luego de 1853, después del intimismo y contenido pasional de la Trilogía popular de Rigoletto, Trovador y Traviata no se quedan atrás. Porque abordan el conflicto de las responsabilidades entre el deber y los sentimientos personales: cuánto podrían aprender nuestros políticos y nuestra clase dirigente de la tragedia de Aída y Radamés atrapados entre sus deberes con la patria y sus sentimientos.

 

Pero nada de ello pareció conmover al Establecimiento. No censuro al Ministerio de Cultura por girar 1000 millones para la puesta en escena de Tanhäuser de Wagner, que también está este año de bicentenario, ò por la cifra similar girada para la realización de la Bienal internacional de Danza de Cali, ¡ni más faltaría!, y no lo digo con ironía: pero para Verdi no hubo ni un centavo.

 

Y tampoco parece haberlo en las entidades del distrito, que también manejan presupuestos millonarios. Hasta el momento el asunto ha tenido sin cuidado a las dos orquestas, la Sinfónica de Colombia y la Filarmónica de Bogotá.

 

Naturalmente de todas estas entidades la más comprometida debería ser la Ópera de Colombia, cuyas actividades se limitaron este año al bicentenario wagneriano con el aludido Tannhäuser, que dicen quienes lo vieron, fue excepcional, como se presume de un proyecto que contó con la decisiva participación de la Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela y la batuta de Gustavo Dudamel que es una estrella aquí y en cualquier escenario del mundo.

 

Pero Verdi, lo repito como letanía, fue ignorado, pasado por agua, olvidado por el Establecimiento.

 

Nadie se habría enterado del asunto a no ser por la iniciativa de las clásicas del amor, de la Ópera de Medellín, de Margarita Vidal y de Julio Sánchez y Alberto Casas, que no tuvieron miedo de mezclar nuestra aterradora realidad con la música de Verdi, o de VERDI, como escribían los italianos en los muros de las calles para que las gentes leyeran: «Viva Vittorio Emanuel, Rey de Italia», porque Italia se jugaba la vida a sangre y fuego para liberarse de los opresores y convertirse en una nación.

 

Que después, ¡vaya ironía! Italia terminara en manos de Berlusconi es otra historia.