Deber ser geopolítico | El Nuevo Siglo
Miércoles, 16 de Enero de 2013

TODOS se preguntan ¿para qué sirve la diplomacia? Los más reflexionan si tenemos una diplomacia eficiente, capaz de moverse en un mundo cambiante y confuso. Y diplomacia no siempre significa que se coincida con una carrera burocrática, que lleva directamente de oficinista o primer secretario a la cúspide de la inteligencia negociadora. No debemos confundir los asuntos administrativos con la alta política. Los más talentosos diplomáticos suelen producirse durante las grandes crisis que aguzan su inteligencia y consiguen ver en la oscuridad. Los pueblos desinformados no ven en momentos de confusión, padecen de ceguera momentánea. Lo que suele ocurrir después de un naufragio de tal naturaleza como el que provocó en Colombia el fallo injusto de la CIJ de La Haya, no solamente por la ceguera visual sino del entendimiento. Un negociador puede conocer de memoria todos los tratados y doctrinas, sin entender de los secretos de la diplomacia. Y otro los entiende así no los conozca de memoria, quizá capte mejor las cosas y sepa cómo se aplican las intricadas normas internacionales. No se puede dar un gran político ni diplomático que carezca del golpe de vista para juzgar a los hombres, entender los intereses de su país y de terceras naciones. ¿Existen atisbos de una verdadera diplomacia colombiana? Lo que lleva a otras preguntas, cómo determinar si a lo largo de la vida republicana hemos tenido una razón de Estado constante en lo que a la diplomacia se refiere. Y surgen otras preguntas más complejas ¿puede tener ruta propia en materia diplomática un país pequeño o mediano frente a las grandes potencias? Esta pregunta es definitiva en el campo de la geopolítica que es la que determina la razón diplomática de las naciones. En otra oportunidad la absolvimos en El Nuevo Siglo: las naciones como Colombia situadas en medio de las luchas de las grandes potencias, deben ejercer el arte de la más fina diplomacia para defender sus intereses en medio de esas pugnas. ¿Cómo se mide la buena y la mala diplomacia? La diplomacia se mide por los resultados. Un ejemplo histórico que marca la diplomacia regional, el del presidente Omar Torrijos de Panamá, quien, con el alma grande mediante la diplomacia personal solicita la solidaridad de las naciones para con su pequeño país, de la OEA, de la ONU y diversos gobiernos para que los Estados Unidos le devolvieran el Canal de Panamá; mientras, a la inversa, Colombia dejó expósitos los últimos derechos que nos quedaban puesto que ese territorio era nuestro antes de…
Si analizamos desde la geopolítica el papel de Colombia en el mundo, la respuesta es deplorable. Nacimos a la vida republicana bajo la concreción y el signo del ideal bolivariano de la Gran Colombia. Lo que nos convierte en un país del mismo tamaño y número de habitantes que los Estados Unidos conformado por las 13 colonias. Muerto el Libertador Simón Bolívar y asesinado Sucre, elementos menores degradan el poder y desconocen los intereses superiores de la geopolítica; la empresa colombiana se desmorona. Prevalece la mentalidad parroquial y los politiqueros no entienden la importancia de la unidad frente a las potencias. Gobiernan imitadores y nulidades solemnes, nos hundimos en disputas de campanario. La Gran Colombia se desgarra en patriecitas y degeneramos a la habitual atonía política de nuestra región, reducida a las diputas intestinas, que condujeron a las sangrientas guerras civiles del siglo XIX y la tensión en las fronteras artificiales. Por entonces, no fuimos capaces de activar una diplomacia superior que nos permitiera actuar en conjunto y defender los intereses comunes. Ya Santander anula la grandiosa unión pactada entre Simón Bolívar y Lucas Alemán, de la Gran Colombia y México, al conceder a los Estados Unidos los mismos derechos que otorgásemos a terceros países, que obligó al Libertador a ordenar desde Lima que el Congreso granadino no ratifique el Tratado con México; descalabro político mayúsculo. Santander en su gobierno pacta el Tratado Pombo-Michelena, que desgarraba brutalmente el territorio y que el Congreso de Venezuela no ratificó. Esos hechos desastrosos de nuestra vida política podrían figurar, como reclama un atolondrado congresista, como estrofa de la diplomacia negativa. ¿Alguno se ha preguntado cual es la razón para que el Reino Unido no lleve el caso de las Malvinas a la Corte Internacional de Justicia de La Haya? Pese a contar con uno de sus súbditos de juez en dicho Tribunal. La respuesta es obvia… Es evidente que Colombia hace varias décadas debió retirarse del Pacto de Bogotá, como lo hizo el presidente Santos. Es, igualmente, incontrovertible que las jugadas de ajedrez son secretas hasta que se efectúan, lo mismo pasa con la diplomacia. Reconstituir algún día la Gran Colombia, incluida Panamá, es el deber ser de nuestra geopolítica, junto con la integración de Hispanoamérica.