Dilema de oposición venezolana | El Nuevo Siglo
Viernes, 19 de Mayo de 2023

* Persistencia del divisionismo

* Maniobras del régimen chavista

 

El régimen de Hugo Chávez llegó al poder enfrentando a los partidos tradicionales en unos comicios que le garantizó el sistema electoral de su país. De hecho, obtuvo más del 50% de los votos. Un triunfo claro que rompía con la tesis de Engels y Marx, según la cual para imponer la doctrina social-comunista era preciso hacer la revolución.

Chávez, que carecía de antecedentes políticos y fracasó en su misión de tomar por asalto a Caracas, había sido liberado en el gobierno de Rafael Caldera, que buscó evitar así que se convirtiera desde la prisión en un ‘héroe’ de los descontentos. Sobre la marcha, el coronel retirado organizó unas fuerzas políticas de diversas tendencias y ensayó un discurso populista que enardeció a las masas y le permitió ganar las elecciones. Pronto se alinearía con el jefe del régimen cubano, Fidel Castro, y se erigió como la punta de lanza de la penetración izquierdista en nuestra región.

Ya en el gobierno, Chávez procedió a apoderarse de las empresas del Estado, que hasta entonces se habían manejado con prudencia y valiosa asesoría internacional, lo que había permitido que mediante la fecunda explotación de sus hidrocarburos el país se consolidara como uno de los más ricos del planeta. El coronel retirado expropió numerosas empresas privadas y las entregó a sus áulicos, que en medio de malos manejos y saqueos las terminaron destruyendo. Así, en pocos años, Venezuela pasó de ser potencia petrolera mundial a producir menos crudo que Colombia. De esta forma, el ‘milagro político’ de Chávez no fue otro que empobrecer a millones de sus compatriotas, quebrar la economía y marchitar no solo la industria de hidrocarburos sino todo el aparato productivo.

Dada esa realidad crítica se creía que, a su muerte en 2013, ese fiasco de la revolución chavista sucumbiría. Sin embargo, para sorpresa del mundo su sucesor, Nicolás Maduro, un agitador político de bajo perfil formado en Cuba, no solo asumió el mando sino que, bajo una férula dictatorial, una década después sigue amarrado a la silla presidencial.

El expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en reciente artículo, sostuvo que si los millones de venezolanos que migraron forzosamente en los últimos años se hubiesen quedado en el país, habrían derrocado la dictadura. Pensando en términos matemáticos simplistas, se considera que seis u ocho millones de ciudadanos de la oposición habrían podido imponer un nuevo gobierno y rescatar la democracia. Eso, en apariencia, es evidente.

Pero la realidad política es otra. Para mover una roca de gran tamaño de un camino se requiere no solo fuerza de trabajo, sino alguien que asuma la dirección de la tarea. Esto para impedir un derroche de energías al empujar muchos para distintos lados. Y eso, un jefe claro, es lo que, precisamente, les ha faltado a las masas del vecino país. La oposición ha estado muy dividida, una falencia que, lamentablemente, ha facilitado la represión violenta del régimen chavista a todo foco contradictor. De hecho, la dictadura es acusada de encarcelar, exiliar o incluso eliminar físicamente a sus adversarios.

Es innegable que nunca se unificaron las distintas corrientes del antichavismo: partidos, estudiantes, gremios, organizaciones no gubernamentales y diversos grupos poblacionales… Cada quien por su lado. Esto facilitó al régimen dividir a las colectividades políticas contradictoras, perseguir a los jóvenes que protestaban en las calles, detener a numerosos críticos y cerrar medios de comunicación independientes. Luego de todo ello, convocó sucesivas elecciones, perpetró fraudes y ganó, aunque son triunfos claramente espurios.

Vistos esos antecedentes, frente a los comicios generales del año entrante la oposición está de nuevo ante una encrucijada. Lo primero que reclaman los verdaderos demócratas de Venezuela es transparencia en los comicios, garantías de participación, veeduría internacional y la certeza de que no les van a escamotear en eventual triunfo. Para lograr ese objetivo, se necesita unidad antichavista.

Solo así frenarán la penetración política de los agentes del régimen, que ahora intensifican maniobras para comprar conciencias en los partidos opositores. Incluso se acusa al chavismo de ‘estimular’ la vanidad de todos los que se consideran potenciales candidatos presidenciales antichavistas, con el fin de profundizar la división del bloque y debilitarlo.

Por si esto fuera poco, la oposición impaciente defenestró a Juan Guaidó, quien había sido reconocido por más de 50 naciones como presidente legítimo de ese país. Sin pensar en la prioritaria unidad política, dirigentes de diversa índole lanzan ahora sus candidaturas sin programas ni compromisos de fondo con la democracia. En un país en ruinas y hambriento, nadie quiere retórica ni promeserismo. Hay que unificar la línea de acción, definir un solo liderazgo y alinear un compromiso nacional por reconstruir la democracia. De lo contrario, el régimen seguirá aferrándose al poder, sin importar el sufrimiento y no futuro de todos los venezolanos.