El fallo inaplicable | El Nuevo Siglo
Martes, 1 de Enero de 2013

El  injusto fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, por la demanda de Nicaragua, ha sido el comienzo del horrible eclipse que oscurece el firmamento colombiano, enrarece el aire que respiramos y hiere la conciencia nacional. Desde la fundación de la República el país casi no ha tenido enemigos que ejerzan el expansionismo por la vía militar, las más de las veces hemos perdido territorios por inhabilidad negociadora o por decisión voluntaria de regalarlos,  como ocurrió con la cesión  a Costa Rica de nuestras tierras en el Atlántico en el siglo XIX en el gobierno de Manuel Morillo Toro, lo mismo en el XX  con el Tratado Esguerra-Bárcenas, donde entregamos las costas en el Atlántico a Nicaragua. En ominosas negociaciones Colombia ha entregado trozos vitales de su territorio, cuando prevalecía la mentalidad radical cerrada de Zipaquirá en contraste con Núñez en Cartagena. La guerra civil de los Mil Días deja exangüe  al gobierno, la conjura de los banqueros Seligman de Nueva York, con Roosevelt y sus agentes en el Istmo nos despoja  de Panamá. Entonces, carecíamos  de  una flota de guerra capaz de defender el Istmo.

Hacer el Canal interoceánico por Panamá, con colaboración de tecnología y capitales extranjeros, era la aspiración más ambiciosa de Colombia para  convertirnos en una gran nación como parecían señalarlo el destino y la geopolítica, lo que no entendió nunca parte  de la clase política que como el avestruz mantuvo la cabeza gacha sin percibir el horizonte estratégico. El país  encerrado en si mismo, en sus disputas políticas de campanario, estuvo por décadas ausente de la política internacional. Durante la IX Conferencia Panamericana en Bogotá,  a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, se vive uno de los episodios  mas brutales de la guerra fría con el incendio de parte del centro de Bogotá y de la sede de El Siglo. Al tiempo que  se forjan los cimientos de la  creación de la OEA, bajo la inspiración de Alberto Lleras, con la resonante Carta de Bogotá. Es una etapa en la cual figura Colombia de manera trágica y con honores, en cuanto a la iniciativa política, en el teatro internacional.

Descontados otros incidentes, fuera de los episodios del Libertador y de Sucre, en la defensa de la Gran Colombia cuando la invasión peruana del mariscal La Mar y el general Gamarra, el país ha carecido de fuertes enemigos externos. Los territorios que ha perdido han sido por cuenta de malas negociaciones, por sustracción de materia,  tampoco ha surgido un verdadero nacionalismo. Lo que determina que, así como cuando perdimos Panamá el estupor fue general y la reacción oficial y popular de una debilidad sorprendente, hoy, a mas de 200 años seguimos tan aislados y perplejos como antes, divididos en dos bandos; uno que dice que nada se puede hacer y el otro que no sabe qué hacer. Siendo que en el Derecho Internacional, como lo reconoce Kelsen, existen relaciones de fuerza. Relaciones de poder y de realismo. Por eso, la ONU tiene un Consejo de Seguridad donde las potencias ejercen el  veto. ¿Hasta cuándo? Mientras sean potencias. Frente a un fallo injusto como el de La Haya, que el Presidente del Tribunal calificó de equitativo, acaso, al parodiar lo de salomónico,  le compete a Colombia demostrar que se desconocieron los derechos ancestrales de los colombianos del Archipiélago de San Andrés y Providencia, se violó el derecho de las minorías, se entró a legislar sobre el Tratado Esguerra-Bárcenas, que se debía respetar por ser anterior a la creación de la CIJ.

Hasta la fecha se habló del gobierno de los jueces, referencia a  los excesos de las cortes en política interna, como lo planteó Jefferson, sobre la famosa sentencia del juez  Marshall. A partir del fallo de la CIJ  del 19 de noviembre de 2012, se consagra una fatal injerencia de los jueces internacionales más allá de la jurisdicción y misión para las cuales fue creada. Ese es un hecho novedoso y gravísimo, que Colombia, en defensa del Derecho Internacional y sus fronteras, debe denunciar en todos los foros internacionales. Se trata de un fallo inaplicable como lo aduce con valor civil el presidente Juan Manuel Santos: Ha dicho que “ese fallo vulnera muchos derechos de los colombianos. Y yo no voy a aplicar ese derecho hasta garantizar que esos derechos están bien defendidos. Y me voy a proponer mañana, tarde y noche, a lograr recuperar esos derechos”. Es de reconocer que el presidente Santos no pertenece al bando de los perplejos, los pasivos o los que nada hacen; en la defensa de los intereses de Colombia procedió a ordenar el retiro del Pacto de Bogotá. Cuentan que ese  día en los cuarteles los oficiales brindaron de manera espontánea por el gobernante.