El reto del desminado | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Marzo de 2015

*Los cuatro elementos fundamentales

*No habrá lugar a excusas ni trapisondas

Una  vez más el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc ha dado un paso inédito. El acuerdo sobre desminado anunciado el sábado pasado por la Mesa de Negociación en La Habana constituye, sin lugar a dudas, una decisión trascendental por cuatro elementos sustanciales. En primer lugar en más de cincuenta años de conflicto nunca el Estado y esta organización guerrillera, pese a los múltiples intentos de diálogos de paz había alcanzado un pacto tan determinante para disminuir la intensidad de la guerra misma, sobre todo de una práctica que, como la instalación de campos minados, no solo ha cobrado la vida de centenares de uniformados y de los propios subversivos, sino que la mayoría de sus víctimas han sido civiles, y gran parte hombres, mujeres y niños de las zonas rurales. Si bien es cierto que el cese de fuego y hostilidades que declararon las Farc en diciembre pasado fue calificado como la decisión más contundente de la guerrilla para darle piso al proceso de paz con el gobierno Santos, en todo caso se trató de una determinación que no se acordó en la mesa. Caso contrario es el acuerdo sobre desminado, puesto que éste fue negociado entre las partes, con obligaciones y cesiones de lado y lado, lo que evidencia que las tratativas están dando frutos concretos y tangibles, aún  antes de llegar a un acuerdo definitivo para la terminación del conflicto.

En segundo lugar debe recordarse que la guerrilla ha venido dando pasos importantes para morigerar la confrontación así como su nivel de afectación a la población civil. Antes de la instalación de la mesa las Farc, por exigencia del Gobierno, ya habían anunciado que renunciaban al secuestro como arma de guerra, también recientemente se comprometieron a no ‘reclutar’ menores de diecisiete años, anuncio que si bien aún está por debajo de los estándares internacionales, quiérase o no va en la dirección de sacar más personas del conflicto armado. Y a ello debe sumarse la tregua unilateral que declararon y que, según informes oficiales y de ONG, han cumplido en un alto porcentaje, sin desconocer eso sí que persisten sus actividades en narcotráfico, extorsión y otros delitos.

Otro elemento para destacar -el tercero- se refiere a que el acuerdo sobre el desminado es de vigencia inmediata y por lo tanto, una vez decidida la logística sobre el accionar del batallón especializado de la fuerza pública en la detección y desactivación de estos explosivos violatorios del derecho internacional humanitario, que trabajará en conjunto con guerrilleros de las Farc, la opinión pública podrá ver en corto tiempo una escena histórica: dos enemigos declarados colaborándose para acabar con la tragedia que significa que Colombia sea el segundo país del mundo, después de Afganistán, con más minas enterradas a lo largo y ancho de su vasta geografía. Es obvio que este hecho marcará un antes y un después en el proceso de paz y podría aumentar el apoyo nacional e internacional al mismo e incluso allanar desde ya la ayuda financiera externa necesaria para un proceso que podría valer no menos de cien millones de dólares.

Por último pero no menos importante es que este acuerdo fue analizado, discutido y consensuado en la subcomisión para el desescalamiento del conflicto, en la que tienen asiento los cabecillas guerrilleros más experimentados en el combate y militares activos del más alto rango, como los cinco generales y un almirante que llegaron la semana pasada a La Habana. Es decir, que es un convenio avalado por quienes tienen la experticia en el campo de batalla, conocen su complejidad y las implicaciones tácticas y estratégicas de la titánica tarea que ahora se emprenderá.

Obviamente el solo anuncio del acuerdo, por ambicioso que este sea, no garantiza que llegue a feliz término, pues su implementación será muy complicada y seguramente habrá desencuentros entre Gobierno y Farc al respecto. Sin embargo, la dimensión del pacto y los compromisos asumidos son de tal magnitud, que sería impresentable que la subversión u otros enemigos agazapados del proceso, maniobren para abortarlo. El reto, pues, está puesto y no habrá lugar a excusas ni trapisondas.