Espumas de un viaje a España | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Mayo de 2023

* Lo que va de Bolívar a Isabel la Católica

* Corte Suprema: “Con la Iglesia topamos, Sancho” …

 

 

El presidente Gustavo Petro logró, esta semana, la insólita paradoja de aparecer, por un lado, como el detentador de la espada del Libertador, con lo cual busca hacer gala del supuesto carácter que dice animar su política y, por otro, recibir la Orden de Isabel la Católica (en el grado máximo entre sus ocho escalafones), otorgada por la Nación española a quienes se destaquen en los propósitos de mantener, profundizar y dinamizar la hispanidad.

Como se sabe, la obcecación de Petro por Bolívar proviene de su juventud, cuando hizo parte del grupo guerrillero que se robó el emblema del Libertador, copiando la misma acción que antes habían ideado y protagonizado los “Tupamaros” sobre las insignias y las banderas de Artigas, en Uruguay. Fue así como se dio inicio a un período que significó el atroz desarrollo de un terrorismo urbano que, en su escalamiento imparable, llegó hasta los niveles esquizofrénicos del trágico asalto al Palacio de Justicia, con miras a “juzgar” al pacifista presidente de entonces (metralleta en mano), y que más tarde siguió con el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado; cuya liberación llevó finalmente a la disolución armada. No dejaría, pues de notarse en ambos casos, un encono para con el conservatismo, pese a que fue con base en sus propuestas que luego se llegó a la paz con ese grupo.

Por lo demás, este pensamiento anti conservador que hoy auto califican con frescura de “bolivariano” hace parte, por supuesto, de un insumo de la élite izquierdista, que no solo ha bebido en las canteras del chavismo, proclive a esas fantasías de resucitar a Bolívar incluso sacando su despojo de la tumba, sino que ha encontrado aliciente en el llamado Foro de San Pablo (el Davos de la élite en mención). Pero, claro, contar con la espada de Bolívar (de las cuales hay muchas) y remover sus restos no es más que la muestra fehaciente de una demagogia necrofílica y contra histórica: una demagogia, cualquiera sea, que el Libertador tanto se empeñó en combatir. Y por la cual fue derrotado, vuelta un guiñapo Colombia, la grande, la nación que tenía proyectada de esperanza irremplazable en el nuevo concierto de las naciones occidentales. De hecho, según él mismo predijo ya cerca de su muerte, vendrían, a lo largo del tiempo y confirmado el colapso gran colombiano, infinidad de caricaturas suyas, acaballadas en esa demagogia ampulosa; profecía que, de una parte, se ha cumplido casi a rajatabla en América Latina hasta hoy (incluido desde luego nuestro país) y que, de otra parte y en igual medida lamentable, ha servido de baldón a su memoria, tanto nacional como continentalmente.

Pues bien, el presidente Petro después de haber sacado hace no más unos meses la espada del Libertador como símbolo de su posesión, ahora, en su reciente viaje de Estado a España, se cuelga el collar de Isabel la Católica, aquella condecoración fundada por Fernando VII en su grado principal, lo cual no puede ser más que una paradoja indescifrable después de haber tildado, horas previas, al Libertador de azote al yugo español que, a la sazón, precisamente se debía a ese rey de marras. Hecho, claro está, que ha sido el epicentro caricaturesco de su vista en los periódicos de España sensatos, condimentado con uno que otro picante de todo lo que, a propósito del populismo circundante, pudo haberse manifestado de sobrante o cargado.

Salvo que, por cualquier razón que desconocemos, el primer mandatario haya quedado de repente imbuido de las sugestivas ideas inscritas en el “Bolívar” de Salvador de Madariaga, esa biografía descomunal e irrepetible sobre el Libertador que tanto repugna a las élites izquierdistas, por cuanto en su dialéctica compacta permite avizorar una veta indiscutible de hispanidad en algunas de sus acciones y apotegmas literales. Con lo que, en general, se podrá estar de acuerdo o no, pero que al menos en el caso que nos ocupa sería una demostración de merecimiento inocultable y no un acto automático, fruto del protocolo de una visita de Estado.

Total, un galardón es apenas un hecho circunstancial, aunque no tanto en medio de tantos resultados circunstanciales que acaso no alcanzan ni para un periplo de ese calibre y tan solo merecerían reseña interna. Pero lo que, sin duda, no es circunstancial fue el aterrizaje del primer mandatario, a su llegada a Portugal, al decir de improviso que la Fiscalía es un órgano dependiente de la presidencia y cuyos funcionarios, comenzando por el de mayor rango, están bajo su mando irrestricto.

Sorprende, por descontado, que un presunto defensor de la Constitución de 1991 caiga en semejante dislate, que no traduce sino un pensamiento con el deseo o una propensión temeraria. Por lo cual, ipso facto, la Corte Suprema hubo de recordar, en un comunicado perentorio, nociones elementales de derecho constitucional. Podría decirse, entonces que, en la Península, Petro se declaró de “Quijote”. Y, por tanto, si fuere coherente con su auto denominación, el presidente tendría que aceptar una de sus frases más famosas: “con la Iglesia topamos, Sancho”. Nada más, pero nada menos…