La neblina partidista | El Nuevo Siglo
Viernes, 3 de Enero de 2014

*Diferencias entre rojos y azules

*Renovación o desaparición

 

En los tiempos del bipartidismo era más fácil reconocer las diferencias que distinguían a los partidos políticos, en el entendido que por tratarse de colectividades en las cuales participaban gentes de toda condición y matices, podía dentro de un partido prevalecer una fracción en su jerarquía que fomentara tesis más radicales o más ambiguas, según el caso, y esto era lo que establecía la tónica partidista. Según esa tónica el partido contrario en el poder o en la oposición asumía posturas más fuertes o más suaves. Esto que parece tan sencillo llevó a etapas de hostilidad  visceral a los partidos colombianos, condición sin la cual no se entiende la violencia política recurrente en los siglos XIX y XX. Fuera de las tensiones religiosas entre las corrientes políticas, la gran diferenciación se produce con el radicalismo de 1863 que en la Constitución de Rionegro  consagró un modelo político copiado de Estados Unidos, al que amarró en lo económico el libre cambio.

En ese momento se coincide con el ascenso de la Compañía de Jesús en San Pedro, que entra a manejar el Observatore Romano y defiende la ortodoxia católica por medio de la cual se condena a las agrupaciones políticas o clandestinas contrarias a la Iglesia, cuyo efecto se sentirá en Colombia donde los conservadores salen en defensa armada de la Iglesia perseguida por gobiernos radicales como el de Aquileo Parra. Estas diferencias religiosas contribuyeron a crispar la política nacional en grado superlativo, particularmente en los campos... Lo curioso de todo esto es que los radicales de entonces, con excepción del general Tomás Cipriano de Mosquera, no estaban por abolir ni arruinar a la religión católica, sino por limitar su influencia. Sea lo que fuere, el tema religioso que tocaba las creencias de las familias colombianas dividió al país, casi más que las doctrinas políticas y económicas  que se copiaban del exterior.

A la inversa, con Rafael Núñez y la Regeneración  se le da un vuelco total a la política y en vez de perseguir al clero y las creencias religiosas del 90 por ciento de la población se firma un Concordato con la Santa Sede, Los antagonismos  entre el radicalismo y el nacionalismo  eran tan insalvables que los radicales intentaron varias veces derrumbar la Regeneración por la guerra civil, dado que por las urnas les era imposible derrotar al Partido Nacional de Núñez y de Caro. Las diferencias partidistas entonces son tan nítidas que le permiten a una historiadora extranjera escribir un libro que tituló “Rojos y Azules”, que analiza hasta los orígenes raciales de los jefes de ambos partidos. Después de la crisis financiera que oscureció la gestión de Miguel Abadía Méndez, las diferencias partidistas no eran tan notorias, puesto que a la caída del general Reyes había surgido el republicanismo en donde liberales y conservadores se ponían la misma camiseta. Después las fronteras entre históricos y nacionalistas se diluyen y Enrique Olaya llega al poder por un movimiento bipartidista, para desde el poder dividir el partido conservador con el romanismo e intentar avanzar a la república liberal que no alcanza a forjar, pero que Alfonso López Pumarejo la reivindica como “La revolución en marcha”. Frente a estos hechos políticos, Laureano Gómez plantea la oposición radical y la defensa de los valores conservadores para el retorno al poder, que por fatalidad le corresponde alcanzar cuando la derecha en el mundo atravesaba su peor crisis. Cuando se planteaba reformar la Constitución y el Estado para volver al espíritu de la de 1886, el pronunciamiento militar derrocó al gobierno.

Hasta allí las diferencias de los partidos son notables. Con el Frente Nacional casi que desaparecen al compartir la responsabilidad del poder y, desde entonces, la niebla se abate sobre Colombia y los partidos políticos se resienten por la falta de identidad, lo que ha provocado que en la actualidad ni siquiera “el 30 por ciento de los colombianos militen en un partido”, como tituló ayer EL NUEVO SIGLO. Esta situación lleva a que de un poco más de 33 millones de personas habilitadas para votar, la Presidencia se alcance con 9 millones de votos y el Senado ponga algo más de 10 millones. Si descontamos los votos cautivos encontraríamos que apenas la mitad de esa participación corresponde al voto de opinión; Lo que se corrobora con la alta  participación en el departamento de Atlántico. Así que para recuperar los partidos políticos y la plena democracia, como la participación popular, es preciso que cada agrupación haga una reflexión profunda y plantee un credo renovado con miras a iluminar la densa niebla que oscurece el panorama político. La atomización de las agrupaciones políticas puede ser positiva en un sistema parlamentario de alianzas, en el presidencial debilita al Poder Ejecutivo.  La verdadera democracia se mide por el respaldo popular que obtengan los representantes del pueblo, quienes deben aprobar las leyes que rigen para el resto de poderes y la Nación. Ello hace posible el pleno Estado de derecho.