¿La tenaza “democrática”? | El Nuevo Siglo
Lunes, 23 de Enero de 2023

* Del clientelismo a la oclocracia

* Reformas y fragilidad gubernamental

 

Por supuesto que para nada hay que tenerle temor a las calles como espacio público político. Al contrario, de allí nace la noción primaria de la democracia. Así comenzó en la época griega y se perfeccionó en Roma (nada menos que una ciudad de un millón de habitantes) cuando posteriormente se adoptó la representación política de los ciudadanos.

Efectivamente, fue de este modo como se creó un método de gobierno que aglutinara la mayor cantidad de voluntad política posible en torno de los propósitos nacionales, una vez se discutían los temas, dando curso a un incipiente equilibrio de poderes a partir de la democracia representativa.

Eso fue, precisamente, lo que derruyeron algunos emperadores al sentirse incómodos con la figura del Senado, donde se debatían diferentes pareceres. Bajo esa perspectiva se fundó el cesarismo, es decir, una voluntad política única, exenta de cualquier escrutinio popular, matriz fundacional de todos los autoritarismos y sus derivados hasta hoy. De tal manera, no solo la representación política perdió margen, sino que las calles perdieron vigencia como espacio público político, salvo para llevar a cabo las gigantescas manifestaciones en las que se exaltaban las victorias militares que hicieron de Roma un imperio.

Por su parte, los filósofos griegos habían fijado de antemano los límites de la democracia para que esta no se corrompiera y degenerara en un sistema diferente. Una de esas anomalías, que inclusive fue catalogada como la peor, fue lo que llamaron la oclocracia. Es decir, el gobierno de la muchedumbre. Este, al soportarse en la multitud, no podía definirse como un sistema gubernamental positivo. Se trataba, por el contrario, de una corrupción de la democracia, ya que más que una manifestación autónoma del pueblo se consagraba como una voluntad política viciada a partir de la tropelía y el desorden de los interesados en adelantar acciones demagógicas. De tal modo, la oclocracia quedó irremisiblemente atada a la demagogia.

En la actualidad, la oclocracia prepondera en no pocos lugares, especialmente de América. Ello quedó claro tanto con la turbamulta que se tomó el Congreso de los Estados Unidos como más recientemente los despachos institucionales de Brasil. Pero que también se hizo efectiva con los paros convertidos en vandalismo que hace no mucho prosperaron en Chile y Colombia. Todo eso hace parte de la oclocracia que toma aun mayor relevancia cuando ella se pretende patrocinar desde los propios gobiernos.

Justamente, el actual gobierno colombiano ha dicho que, frente a la presentación ante el Congreso y la votación de sus propias reformas en el hemiciclo, citará a manifestaciones en las plazas y en las calles para que, a partir de esa presión sobre los parlamentarios, su legislación sobre salud, pensiones y trabajo salga avante. Por su parte, la oposición no parece quedarse atrás, citando igualmente a quienes ven en esas reformas una actitud retardataria que, además de volver a los fracasados sistemas previos, atentará contra la creación de empleo y los propósitos de reducir el desamparado trabajo informal.

Desde luego, es normal que los sectores opositores se puedan manifestar libremente dentro de los límites constitucionales establecidos en la protesta social. En tanto, lo que no deja de sorprender es que el gobierno se sienta aparentemente tan frágil, frente a sus propias propuestas, a tal punto que, en vez de recurrir a la dialéctica propia de los debates parlamentarios, promocione la idea de que será la multitud la que determine la suerte de las reformas.

Por demás, ya se ha hecho público por los propios voceros políticos gubernamentales que la acción parlamentaria ha sido mediada por el clientelismo, patrocinado desde las más altas esferas administrativas. De esta manera, cualquier votación por parte de la coalición oficialista estará signada previamente por este lesivo fenómeno que se prometió desterrar, pero que por el contrario ha servido de base y ha tenido el beneplácito para construir las mayorías. O sea que, bajo esa lamentable ruta escogida, ya se sabe que los parlamentarios siempre votarán a favor del gobierno y sus reformas, no a consciencia, sino fruto de la transacción antedicha.

Suficiente, pues, con la gravosa infección que sufre la democracia representativa colombiana y que no tiene viso alguno de cambiar. Y a más de ello ahora pretenden instalar de base la vertiente oclocrática. Mejor dicho, una tenaza que más parece la peor de las coyundas.