¿Qué nos dice Napoleón? | El Nuevo Siglo
Sábado, 9 de Diciembre de 2023

* Polémica por una película

* Más cercano de lo que creemos

 

Uno de los méritos de Napoleón consiste en haber trascendido a Francia para convertirse en un hombre universal. No era por supuesto presumible de un lejano corso, infundido de un claro talante italiano, que se empinó sobre sí mismo y, a pesar de sus derrotas finales, configuró parte del mundo contemporáneo. Porque, en efecto, pocos como él para moldear la historia a la altura de su temperamento. Y dar movimiento y solidez a las convicciones que entonces parecían apenas una amalgama luciferina.

A propósito de la película sobre su vida, actualmente en cartelera, es válido pues retomar el tema en vista de tanta polémica mundial. Decir, por ejemplo, que resulta interesante que los ingleses hayan decidido, en los últimos lustros, salirse de la mira estrecha de evaluarlo como el enemigo histórico, eterno e irredimible. No solo por el filme en mención, que acaso bien sirve de divertimento romántico y anécdota de época, sin entrar en tantas profundidades e incluso dejar de lado los episodios bélicos tal cual fueron, sino porque las biografías británicas de los últimos tiempos también hacen gala de una mucho mejor versión, al menos más equilibrada, frente a su rabiosa y apasionada tendencia de siglos frente al asunto napoleónico.

Nadie dudaría por ejemplo de que el gran volumen, todavía fresco, de Andrew Roberts sea tal vez una de las mejores, sino la mejor, aproximación académica y literaria de la existencia de Bonaparte en todas sus facetas. Sería quizás un agravio decirlo para tantos biógrafos, a lo largo de tanto tiempo esparcidos por el mundo, en especial los de origen francés. Aunque tampoco es dable afirmar que parte de esas biografías o ensayos no hayan capturado con interés y eficacia el hechizo de la época napoleónica y su protagonista. Pero sin duda la nueva presencia inglesa ha enriquecido el debate.

Esto no quiere decir, desde luego, dejar de lado acertadas tesis sobre la Revolución francesa a semejanza de las de Burke, en sus reflexiones contra la violencia, ni tampoco perspicaces crónicas de alto coturno como las del inteligente Chateaubriand o la brillante Madame de Staël. En todo caso, el lugar que ocupa Napoleón en el imaginario mundial siempre resulta una incógnita. Y quizá sea de allí por qué una película de este tipo despierta tanto interés. Y que más o menos siempre permanezca vigente la idea de estar con él o en su contra. Por lo general, asimismo, dentro del pecado natural que supone la asincronía de no haber vivido esa etapa revolucionaria, tan confusa, y el peor de juzgar los acontecimientos a la luz del tiempo actual. Sin embargo, al fin y al cabo, de eso tratan las películas, cuando tienen, aunque sea, un respeto mínimo de los sucesos y de ellos se hace un drama representativo.

Fuere lo que sea, aun ante los métodos a veces discutibles, es difícil salirse de la gloria, la majestad, el talento político, la mentalidad matemática, la prosa exacta y aguda, la certera opinión de los fenómenos humanos, la noción de una Europa unida, la capacidad militar, la eficacia legislativa civil, el interés cultural y científico, el denodado trabajo administrativo, el modelo de educación, la apertura de los museos, la invención de lo que ahora se llama la imagen y el propagandismo, en fin, todo eso que en la trayectoria de Napoleón es indescartable. Como hace una década se preguntaba Jean d’Ormesson: “¿Por qué Bonaparte? La respuesta es bastante simple. Porque tiene ingenio”.

No pocos, claro está, discuten la transformación de la Revolución en autoritarismo. ¿Pero acaso no era ella, al entrar en juego la figura de Napoleón, un prolongado evento despótico y sangriento, sin norte diferente del libertinaje? También se duelen del paso de la Nación al Imperio, a través de la guerra. ¿Sin embargo, no eran esas las exigencias en defensa de la soberanía popular en Europa? Es también por descontado controversial que Bonaparte se hubiera declarado Emperador. ¿No obstante, antes que acto de un advenedizo, era posible amparar la incipiente democracia continental de otra manera frente a las resistentes testas coronadas? Concluyen que Francia quedó de país vencido y a menudo maldecido. ¿Y cómo no iba a ser así si la historia la escribieron con displicencia intencional los vencedores?

Aun de este modo, sería hoy un despropósito no aceptar que, gracias al relámpago y dinamo que fue Napoleón Bonaparte, se hicieron impostergables las demandas por constituciones liberales y la autodeterminación de los pueblos fue materia irreversible. Todo ese andamiaje pretendido y en principio practicado hubo de tomarse más tiempo, pero se sentaron las bases.

Por su parte, más que los ingleses, puede ser comprensible que los españoles detesten a Napoleón, habiendo sido educados bajo el epíteto del Anticristo y el obvio expediente histórico contra el invasor, sin reparar en la pertinaz decadencia borbónica de entonces. Como sea, el hecho es que Bonaparte, a raíz de estos eventos en la Península, fue el gran detonante de la libertad en América Latina. Y que, por tanto, aun siendo aparentemente un personaje tan lejano, sea quizá de las figuras más próximas y de impacto integral en nuestro continente. Si bien esto no es guion de la película, inclusive como mucho de lo anterior, vale la pena verla como recordatorio.